Bai Zhi habló no solo en nombre de la difunta Bai Zhi, sino también por sí misma. Quería despedirse de su vida anterior y comenzar de nuevo.
Esa noche, Bai Zhi durmió plácidamente. Los sentimientos de abandono y soledad ya no la atormentaban durante el sueño. Su vida había adquirido una nueva vitalidad, y se resolvió a no derramar lágrimas por aquellos que no saben apreciar a sus seres queridos.
Su único deseo era que su vida en este mundo encontrara estabilidad en los años venideros.
Sin embargo, Bai Zhi no fue la única que experimentó una noche de sueño tranquilo.
Meng Nan, situado en la oficina del gobierno, también disfrutó de un sueño reparador.
Anteriormente atormentado por picores nocturnos, había encontrado alivio gracias a la receta de Bai Zhi. Su rostro dejó de picar, y el impulso de rascarse desapareció. Mirándose al espejo, no hubiera sospechado que tuviera heridas.
—Gongzi, ¿cómo se siente? —Jin Shiwei, el constante compañero de Meng Nan, expresó preocupación.