Dylan estaba en silencio.
Según el temperamento de aquella pequeña mujer, preferiría caminar a casa antes que subirse a su coche enfurecida.
Tras meditarlo durante un largo tiempo, suspiró y dijo:
—Contacta con la empresa de taxis y consigue un taxi que la lleve a casa.
***
Diez minutos después, un taxi vacío se acercó lentamente y se detuvo frente a Savannah.
Savannah se levantó tambaleante, se secó los ojos y se subió al coche.
Le dijo al conductor su dirección y luego se derrumbó en el asiento trasero. No podía mover un dedo, pues estaba agotada y con hambre. El dolor en sus pies descalzos y el vestido destrozado le recordaban la terrible noche que había pasado.
El coche aceleró por la carretera y pronto regresó al centro de la ciudad.
En el cruce, el coche se detuvo en el semáforo. En el asiento trasero, Savannah se recuperó después de un descanso y se sentó derecha. Entonces, como si de repente lo recordara, se volvió hacia el conductor y dijo en un susurro ronco: