—¡Eres un idiota! —Nix gruñó y llamó a las enfermeras para conseguirle comida decente—. Vas a morir de hambre si me ausento demasiado tiempo.
Si el hombre pudiera ver, definitivamente habría rodado los ojos.
—Eres tan gruñón. Sólo tráeme algo de comer.
—¿Y quién te va a alimentar?
—¡Tú, por supuesto!
—¡No, no lo haré!
—¡Sí lo harás!
—Las enfermeras te alimentarán.
—Pero yo no quiero eso. ¿Crees que voy a dejar que una de esas lindas enfermeras me alimente como a un bebé? ¡Jamás! —Vicente se negó—. Es vergonzoso. Puede que esté en esta condición, pero tengo que mantener mi reputación.
—¿Por qué diablos me molesto entonces? —Nix se levantó de la cama para irse.
—Oye, ¿a dónde vas?
—A conseguirte comida, idiota. No puedo dejarte morir de hambre en mi hospital. Valerio me mataría. —Un suspiro se escapó de su nariz, y miró al hombre una vez más antes de girarse para salir—. Espérame.
Cerró la puerta.