Lanzarote se quedó de pie donde estaba, mirándolo, sin saber qué hacer.
—Papá, p-por favor déjalo ir. Lo estás lastimando —suplicó con voz temblorosa, pero Alfonso, lleno de ira, lo miró furiosamente.
Giró la cabeza y miró a Vicente, cuyo rostro comenzaba a palidecer.
—¡Suéltalo! —ordenó Valerio, cuyos puños apretados temblaban incontrolablemente de ira, pero Alfonso lo ignoró como si no estuviera allí.
—Esto es un asunto de familia, su alteza. Por favor, no interfiera, o podría verse obligado a faltarle al respeto —dijo.
Valerio movió su mirada hacia Vicente, cuyo rostro se había vuelto completamente pálido, y, en un arranque de furia, llegó ante Alfonso en un abrir y cerrar de ojos y agarró su muñeca.
El calor de su mano comenzó a quemar la muñeca de Alfonso, y, del dolor, Alfonso comenzó a gritar, su otra mano aferrándose a la de Valerio para liberarse.
—¡Quita tu mano de él! —ordenó Valerio una vez más, y esta vez, sabiendo lo que más le convenía, Alfonso soltó.