—La mirada fría en sus ojos dulces y la... manera en que me responde refleja odio. Ya no es la Everly que solía conocer —explicó Víctor, con dolor evidente en sus ojos azules.
—¿Es así? —preguntó la Sra. Yeager, y él asintió con la cabeza hacia ella—. Ya veo —ella suspiró y bajó la cabeza cargada de culpa.
—Hijo —lo llamó—. ¿Tú... me odias? —preguntó, incapaz de mirarlo a los ojos.
Víctor la miró y apenas suspiró.
—No —respondió.
—¿Por qué? Si no fuera por mí, ahora estarías viviendo felizmente con ella, entonces... ¿por qué? —inquirió la Sra. Yeager.
—Porque no tiene caso. Odiarte no cambiará nada. Además, eres mi madre. No puedo odiarte, pase lo que pase —respondió y pasó los dedos por su cabello rubio.
—De todos modos. Está bien. Es justo que ella me odie. Tampoco puedo culparte. Todo lo que hiciste fue separarnos, pero tuve la oportunidad, y podría haber llamado, hablado y explicado las cosas con ella.