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—Eso no estuvo muy bien, Aila —gruñó él. Su rostro estaba ahora cerca del de ella, y ella podía sentir el calor que emanaba de él. Aila suspiró tras sentir sus labios en su cuello, dejando pequeños besos bajando por su clavícula y subiendo de nuevo a su rostro. Dejó un ligero beso en sus labios antes de seguir y repetir sus besos en el otro lado de su cuello. Dejando tras de sí un rastro de chispitas ardientes.
Aila retiró sus brazos de debajo de las cobijas y los enredó alrededor del cuello de él. Damon se echó hacia atrás y la levantó solamente con ella aferrándose a él antes de agarrar su trasero y desplazarse. Ahora ella tenía sus piernas envueltas alrededor de él, y las cobijas todavía dejaban una delgada línea de protección entre sus regiones inferiores. Sus labios se estrellaron uno contra el otro, y su beso se volvió apasionado; la fatiga que sentían se desvaneció inmediatamente. Porque su deseo de aparearse brillaba más fuerte.