Damon continuó usando la antorcha como un medio para apartar las telarañas del camino. Aila se quedó detrás de él, observando con anticipación; se sentía como Indiana Jones en la búsqueda de un tesoro o artefactos, fuera lo que fuese lo que hacía ese excéntrico profesor con un látigo. Aila cambió su peso de un pie a otro, decidiendo si a Damon le quedaba bien un sombrero o no.
—Damon con un sombrero y látigo... Hmm, todo un rudo Indiana Jones ahí... —se mofó Malia.
—Sé a quién elegiría. Damon es definitivamente más atractivo... —murmuró Aila mientras sus ojos permanecían fijos en la puerta que tenía un candado de plata.
Damon terminó de retirar las telarañas y las arañas que huían hacia el techo. Ella se estremeció nuevamente y luego extendió la mano para tocar el candado; siseó de dolor y retiró la mano.
—¿¡Para qué hiciste eso?! —gruñó Damon y agarró su mano, dándola la vuelta para ver la piel quemada que se curaba lentamente.