—Dam Dam.
Los ojos de Damon se arrugaron con el apodo que Aila le ponía cuando eran niños. Se conocieron cuando ella tenía cinco años y tercamente cambió su nombre, no porque no pudiera pronunciarlo. No, la chica dijo que no le gustaba su nombre. Ignoró sus constantes protestas hasta que él cedió, y finalmente se quedó.
—¿Lo recordaste? —le preguntó Damon.
—No todo. Solo partes de esa noche... —Aila se calló—. Supongo que escapamos? —Damon asintió con la cabeza—. Gracias.
Sus cejas se fruncieron en confusión—. ¿Por?
—¿Rescatarme? Ayudarme a escapar... Eso es dos veces ya, en realidad...