Después de pedir sus bebidas y algo de comida en el bar, se sentaron en una mesa junto a la ventana. El bar en el que se encontraban tenía ese olor típico de los bares; una mezcla de cervezas rancias, abrillantador y solución de limpieza para ocultar la antigüedad del alcohol derramado a lo largo de los años. La música que sonaba procedía de una vieja rocola, lo que añadía encanto al lugar. Los únicos otros bares a los que Aila había ido serían los de estudiantes y discotecas; incluso entonces, el olor era el mismo, pero cubierto de sudor, aunque el decorado era más moderno, a diferencia de este lugar.
Aila estaba contenta, estaba lejos de todo lo que estaba sucediendo y se sentía bien estar en un bar ligeramente concurrido. Se sentó cómodamente en silencio mientras observaba a la gente; su lugar era perfecto para hacerlo. Ya fuera por las calles casi vacías del exterior o por algunos habituales del bar que hacían preguntas personales a la camarera que solo un habitual haría.