La pareja condujo durante la noche y terminó alojándose en un motel destartalado, uno que estaba en las afueras de un pequeño pueblo. Cuando pidieron una habitación, el recepcionista levantó la vista de su revista de mujeres y entrecerró los ojos con suspicacia. Con sus botas aún sobre el mostrador, el recepcionista colocó una pistola al lado, apuntando en su dirección, con los ojos endureciéndose.
—¿No serán acaso de esas criaturas sobrenaturales? —preguntó.
Harry le dio una mirada ofendida.
—Estamos intentando cazarlas —dijo el pícaro—. No te preocupes, viejo. No te traeremos problemas, solo una habitación para la noche y luego nos iremos.
Aldric permaneció impasible y en silencio mientras observaba al hombre lentamente retraer el arma, colocándola debajo del mostrador.
—Las tarifas han subido —dijo señalando con su barbilla los precios en el tablero junto a ellos—. Son tiempos peligrosos. Doscientos cada uno.