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—¿Querías verme, Aila? —preguntó en voz baja. Sus ojos volvieron a los de ella mientras comenzaba a acercársele.
El corazón de Aila latía acelerado en su pecho, y sabía que Casio podía oírlo. Necesitaba calmarlo, pero la presencia de Damon era como un cálido sol, uno bajo el cual quería bañarse todo el día; no era algo que pudiera ignorar. Y su cuerpo reaccionaba exactamente como lo haría ante la súbita aparición de su pareja. Tomando otro lento y profundo respiro, soltó un largo suspiro que ayudó a desacelerar su ritmo cardíaco y reveló la exasperación que había estado sintiendo hacia sus invitados.
—Sí. ¿Dónde has estado? —preguntó Aila con calma. Lo observó y mantuvo sus pensamientos específicamente en los vampiros y el hedor a cadáver podrido que había olido antes en la sala de dibujo.
—Estaba... detenido entreteniendo a una cierta invitada —dijo Casio al empujarse lejos de la pared.