Aila podía decir que su maestro no estaba contento incluso con la tenue iluminación proyectando sombras en sus pálidas facciones, pero ella mantuvo su posición al respecto. No tenía sentido fingir que estaba feliz con los licántropos; él podía leer fácilmente su mente o sentir sus emociones a través del lazo que compartían. Si quería su confianza, era mejor ser lo más honesta posible ya que eso jugaría a su favor.
—Puede que ahora no quiera irse. Te debe por haberle salvado la vida tres veces. Es una deuda que necesita saldar. A menos que realmente sea un pícaro sin espina dorsal... Pero dudo que ese sea el caso —continuó Casio caminando, deslizando su brazo fuera de su hombro y envolviendo sus dedos en los de ella, llevándola por las paredes vibrantes de la música absurdamente alta.
—¿Tres veces? —frunció el ceño hacia él Aila, contando solo una, y esa fue cuando Casio casi le rompe el cuello.