La mañana siguiente, el grupo se reunió en la cocina alrededor de la isla. A diferencia de en la casa de la manada, donde chefs y sirvientes trabajaban por la mañana para ofrecer un surtido de comidas entre las que elegir para desayunar, el ático de Gabriel no tenía tal cosa. Sin embargo, el vampiro pareció tener esto en cuenta y sacó una caja de cereales. Todos la miraron y luego miraron a su alrededor.
La cara de Gabriel se ensombreció, y los miró con enojo. —Conseguiré un sirviente para que les cocine —gruñó y se alejó, hablando por encima de su hombro—. Sangre de ingratos. Fui a la tienda...
Aila no pudo evitar reírse, imaginando al todopoderoso rey vampiro caminando por un pasillo de comida y eligiendo cereales para nada menos que un grupo de hombres lobo. —Cállate —la voz de Gabriel flotó a través de su mente; aunque estaba llena de irritación, no impidió que Aila sonriera ante la situación.