—Con la advertencia de Darius, Aila mantuvo sus ojos fijos en los de él, sus labios sellados y sus manos sobre su cabeza —dijo él—. Él le permitió entrelazarlas, lo cual fue un acto de misericordia; al menos podía apretar los dedos juntos de su provocación. Llevó su dedo a su boca y succionó, zumbando en apreciación por su cremosidad.
Mantuvo su mirada oscureciéndose fija en la de ella mientras acercaba su rostro entre sus muslos —dijo él—. Aila mordió su labio para evitar gemir o moverse. Su lengua la lamió desde la parte inferior de sus pliegues hasta la parte superior de su clítoris —dijo él—. El ritmo era torturosamente lento. Darius continuó haciendo eso; cada vez su lengua cubierta con su fluido lechoso cada vez que estaba en su entrada.