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Hace seis meses.
Pequeños pies repiqueteaban sobre el suelo del pasillo, una mujer de rosa corría a través de los corredores. Sus criadas intentaban seguirla, pero no eran rival para ella.
Con el viento en sus pulmones, la brisa contra su cabello, Lina corría a través del hermoso palacio donde residía su madre. Pasó corriendo junto a los guardias que se sorprendieron al verla. Huyó de las personas que intentaban recordarle las maneras.
Lina abrió las puertas de golpe, sorprendiendo a las doncellas que esperaban dentro y fuera del palacio. Su madre acababa de llevarse una taza de té a la boca cuando Lina irrumpió.
—¡Mamá! —Lina estaba exasperada, sin aliento y frenética—. ¿Escuchaste? ¿Escuchaste?
—Mi querida Lina —murmuró la Segunda Concubina, su voz suave y gentil—. Dejó la taza de té, su mirada investigando el rostro de su hija.