Todo comenzaba a tener sentido para Lina. Inicialmente, le había sorprendido que un bandido quisiera casarse con una Princesa. Con tan poco poder y autoridad, ¿tendría que mantenerla en su casa, escondida? Ahora que sabía que era un Príncipe, entendía su razonamiento.
Detrás de ella, Kade soltó una serie de maldiciones. Hicieron que los oídos de Lina ardieran.
—Mira lo que has hecho —murmuró Kade, su voz se hacía más grave—. No tenía más opción que llevarse a esta con él.
—Ahora tengo que secuestrarte —dijo Kade, su agarre se apretaba en su cintura, hundiéndose en su estómago—. Ella había descubierto su identidad.
—Espera —dijo Lina.
—Ahórrate esa charla
—¡No tienes que secuestrarme! —declaró Lina, dándose la vuelta en sus brazos.
Lina se encontró con sus características desconcertadas. La miraba como si hubiera perdido la razón. Tal vez, lo había hecho. O tal vez, no. De una forma u otra, aceptaría.