—¿Valió la pena la emoción por el castigo? —preguntó.
Lina nunca había imaginado lo dolorosa que sería una pena de amor. Sentía cada fibra de su cuerpo congelarse, un dolor punzante en el pecho, dolor en los ojos y su mundo se destruyó en el acto. Era como tomar el último sorbo de aire en el océano y darse cuenta de que la muerte estaba cerca. Era un dolor tan grande como caminar por el desierto sin zapatos ni refugio, con el sol insoportable en la espalda.
—Una vez que un corazón se rompe, nunca puede sanar —pensó—. El corazón nunca volverá a ser el mismo. Puede que sea posible reconstruirlo, pero siempre quedarán fisuras. Siempre.
Cuando Lina caminaba desvergonzadamente por el territorio de su familia, lo hacía con una mirada desolada. Arrastró los pies hasta la entrada fuertemente armada. Los soldados estaban desconcertados ante su presencia, parpadeando y murmurando.
—¿Esa es...? —se preguntó uno.
—Realmente es... —comentó otro.