—Dios mío, mira eso... —dijo alguien en la multitud.
—Qué descaro —comentó otro con desdén.
—Es repugnante, qué zorra —añadió alguien más con veneno en la voz.
Kaden se detuvo bruscamente. Miró a los curiosos con un fulgor aterrador que hizo que dirigieran sus ojos al suelo o al techo. Nadie se atrevió a mirarlos después, pero el daño estaba hecho. Las risitas llenaron los alrededores, mientras los murmullos comenzaban rápidamente entre ellos.
—Los haré fusilar a todos cuando nos vayamos —informó Kaden a Lina con una voz lo suficientemente baja para que ella la oyera.
—E-está bien —trató de decir Lina, forzando una sonrisa, pero le salió pareciendo más bien una mueca preocupada. Sus cejas estaban levantadas y juntas, mostrando su preocupación.
Lina quería que él pensara que sus palabras no le dolían, que no le afectaban, que no le clavaban en el pecho.