Lina no sabía cuánto tiempo había estado en la habitación. Era pequeña y oscura, sin ventanas que dejaran entrar la luz, excepto una pequeña lámpara en el techo. Había lo mínimo indispensable: una cama áspera, un inodoro y un lavabo cuestionables, todos en el mismo lugar, y la falta de una puerta excepto la que la mantenía dentro.
Lina debía enfrentarse a la pared y arrepentirse de lo que había hecho. Un castigo cruel para una niña, pero ella era demasiado adulta para esto. Lina perdió la cuenta de los días que había estado sin comer. Había una cantidad mínima de comida y agua.
A partir de la frecuencia de las comidas, Lina concluyó que habían pasado al menos cinco o seis días. Siempre era Estella la que le llevaba a escondidas un vaso de agua y pan rancio, porque era lo mejor que podía esconder.
El séptimo día, la luz se apagó.