Kaden sabía que nunca podría tener su corazón, no en esta vida y era de deberes familiares. Los hombres siempre querían lo que no podían tener y él estaba muriendo por sentir sus interiores palpitar alrededor de su polla. Quería ver sus ojos llenos de lágrimas de éxtasis, su cuerpo sujetado por su placer, y sus ruidos lascivos.
Sin embargo, Kaden sabía que no podía desgarrarla como un salvaje, a pesar de sus impulsos primarios de marcarla justo en ese momento. Su nombre salía perfectamente de su lengua, tentándolo aún más.
—Aférrate bien a mí, paloma —instruyó Kaden, colocando sus manos de vuelta en su cuello. Ella inclinó la cabeza en confusión hasta que sus manos rozaron su estómago. Ella se estremeció, la piel erizada como estrellas salpicada en su piel, pero él la mantenía caliente.
—Q-qué
—Shh…