—Comienzo a arrepentirme de haber ayudado a Isabelle —murmuró Lina a Estella, quien asintió en acuerdo. Las dos mujeres estaban al final del pasillo, con Sebastián observándolas detenidamente. Sus ojos se abrieron ligeramente ante su presencia, luego miró hacia la entrada, debatiendo si debía notificar a su Jefe.
—Cada quien por sí mismo —replicó Lina—. Ojalá el periodista consiga lo que quiere.
Lina se dio la vuelta con la mayor normalidad que pudo reunir. No quería parecer apresurada por irse ni reacia a hacerlo. Quería parecer como una persona normal que simplemente había perdido interés en esta sección del museo. Sin decir otra palabra, Lina caminó por el pasillo.
Los tacones de Lina apenas hicieron clic por un mero segundo, cuando lo oyó. Cada sílaba, cada letra impregnada de calor, quemándole el corazón.
—Lina.