Al mencionar a su esposa, Kade lo contempló todo. Se volvió hacia Sebastián, quien esperaba una respuesta. El hombre siempre se comportaba como si no tuviera otra vida más que ser consejero.
—Ve y búscate una esposa —dijo Kade, despidiéndose de su consejero.
Kade decidió que la patrulla de los campos de entrenamiento podía esperar hasta más tarde.
La boca de Sebastián se abrió de par en par por la incredulidad. Luego, murmuró por lo bajo acerca de su empleador preocupándose demasiado por su vida personal. Se quejó durante todo el camino hasta salir del estudio privado.
¿Cuál era el punto de tener una esposa cuando ni siquiera podía casarse con sus libros? La literatura era mucho más interesante que la conversación de una mujer, en su opinión.
—Habla —exigió Kade a Priscilla.