Adeline se distrajo por el toque de Elías cuando, en el rabillo del ojo, algo se movió. Él reaccionó mucho más rápido que ella, girándose al instante.
—Quinston —dijo Elías con una voz cortante pero con una sonrisa amistosa. Su sonrisa nunca llegaba a sus ojos, a menos que él quisiera que lo hiciera.
—Su Majestad —dijo Quinston mientras inclinaba la cabeza. Todos se habían ido de la sala de reuniones, excepto los gemelos.
—Habla. ¿Qué quieres? La discusión ha terminado, seguramente no estás aquí para divertirme, ¿verdad? —Elías reflexionó mientras apoyaba una mano en la mesa, creando una línea divisoria visible.
—Su Majestad, me gustaría solicitar tener una palabra con la Princesa Adelina si me lo permite .
—No puedes.
Quinston parpadeó. Nunca había sido rechazado de esta manera. Sus años en el ejército habían afilado su presencia, grande y poderosa. Estaba construido como un soldado envejecido, con músculos suavizándose y piel flácida.