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—No te preocupes, querida, yo seré el único maestro que necesitarás —dijo Elías recorriendo sus labios con su dedo índice, mientras su pecho se elevaba con más ritmo.
Adeline no dudaba de sus palabras. Mantuvo su mirada e intentó no moverse inquieta. Su sola mirada la inmovilizaba, sus labios torcidos en una sonrisa perversa que prometía noches de pecado. Sus dedos recorrieron su cuello, acariciando la parte superior de sus pechos de manera insinuante.
—¿Y entonces cuál es la primera lección? —murmuró ella, justo cuando sus ojos se oscurecieron.
Había una mirada hambrienta que cruzó sus finas facciones. —Encontrar el punto que te haga retorcerte.
Se inclinó y la besó de nuevo, esta vez con más violencia y pasión. Su otra mano agarró su muslo, mientras su boca se volvía más urgente sobre la de ella.