Adeline no podía dejar de mirarlo. Sus ojos estaban entrecerrados, afilados, fríos y vivos. No había calidez, no humor, no diversión. Estaba verdaderamente furioso. Una palabra incorrecta podría hacerlo estallar. Por primera vez, se sentía como una enemiga, una persona horrible. Pero él fue quien le subió el vestido sin avisar. ¿Por qué lo hizo?
—Dime —gruñó él con una voz profunda.
El cabello en su nuca y brazos se erizó, mientras que la piel se le ponía de gallina. Un escalofrío le recorrió la columna. Nunca lo había oído dirigirse a ella así, con una voz venenosa que la hacía temblar.
—T-t-t
—Respira.
El aliento de Adeline estaba atrapado en su garganta. ¿Cómo podría atreverse a respirar en una situación como esta? Él tenía un brillo asesino en sus rasgos refinados. Era devastadoramente hermoso.
—M-M
—Respira —esta vez, fue un comando desafiante. No iba a aceptar un no por respuesta.