—¿Dormiste algo? —preguntó Adeline, a pesar de todos sus cariñosos empujoncitos. Sus labios rozaban el lado de su rostro. Dondequiera que él la tocaba, su piel se calentaba. Recordaba que había ocurrido antes, durante la fría noche.
—Los vampiros no necesitan dormir tanto como ustedes, los humanos.
Adeline sabía eso, pero aun así estaba preocupada por él. —Entonces, ¿por qué estás tan irritado hoy? —Elías levantó la cabeza. Apretó los labios en una línea delgada. Ella era tan pequeña, que no pudo evitar suspirar. Su figura sola la envolvía por completo. Con su amplia espalda, nadie sabría siquiera que ella estaba frente a él.
—Confía en tu esposo, mi dulce. No te preocupes por la sangre y el zapato —Elías observó su reacción. Una vez más, estaba terriblemente decepcionada, la luz en sus ojos verde se apagaba. Le recordaba a las hojas sin luz solar.