Las hojas caían, las ramas estaban desnudas, y pronto, brotaron nuevos brotes, mientras el calor se tornaba frío de nuevo, y las estaciones cambiaban.
Dos años pasaron como una brisa, lentamente, pero con seguridad.
—Con cuidado —Elías instruyó a su esposa, mientras la ayudaba a subirse a sus zapatos. Ella había estado molesta últimamente, principalmente porque Adelia y Elios habían cumplido cinco años este año, pero mentalmente, eran tan grandes como niños de diez años.
A Adeline le encantaba bailar con Elías, aunque sus piernas se negaban a moverse fluidamente.
—¿Estoy demasiado pesada? —preguntó Adeline preocupada, ganándose una sonora carcajada de Elías.
Elías la giró, un brazo en su cintura y el otro sosteniendo su mano. ¿Pesada? Ella era ligera como el polvo en sus zapatos. Esta era la única manera en que podían bailar, y a ella parecía encantarle, una maravilla infantil en sus brillantes ojos.