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—¿Te gustaría ver lo que he preparado? —preguntó Weston, ofreciéndole una mano al salir del coche.
—¿Puedo decir que no? —se rió Lydia, tomando su mano, y juntos, atravesaron el vestíbulo.
—Por supuesto que puedes —le dijo Weston mientras caminaban hacia un ascensor privado reservado solo para el ático.
Lydia se inquietaba en el ascensor, su estómago cosquilleaba con anticipación. Él apenas la estaba tocando, su gran mano descansaba suelta en su cadera. Su calmante fragancia la envolvía, asemejándose a libros de texto abiertos y eucalipto. Pero eso no ayudaba a su corazón.
—No te preocupes, no será nada que deje un moretón visible... a menos que tú quieras —dijo Weston, sacándola del ascensor. Su cabeza se levantó hacia él en shock.
—¿Qué quieres decir...?
—Lo descubrirás pronto —la calmó Weston.
Weston marcó su código de acceso, pasó su huella dactilar y abrió la puerta, permitiéndole entrar en la guarida del león por su propia voluntad.