—Su Gracia, ¿está segura de que no tiene hambre? —preguntó preocupada Stella—. Los bocadillos han sido enviados a su oficina, pero sería mejor para su estómago si disfrutara de una comida caliente y buena.
Adeline negó con la cabeza. Últimamente no se había sentido bien. Sentía náuseas cada vez que miraba la comida. Todo era demasiado aceitoso, demasiado salado o demasiado ligero. No entendía por qué. Los chefs no habían cambiado ni tampoco las recetas.
—Estoy bien —aseguró Adeline con una ligera sonrisa.
Adeline continuó caminando por los pasillos, el sol alto en el cielo y los pasillos bien iluminados. Su atención se desvió hacia el hermoso jardín afuera, donde las flores estaban siempre en plena floración, la hierba siempre verde y el cielo de un azul que cortaba la respiración. No podía evitar mirar y mirar, hasta que notó algo extraño en la distancia.