Después de su intercambio en los jardines, el día pasó como un borrón. Adeline había vagado de nuevo a la habitación de Elías, pero esta vez, él no estaba allí. Le pareció extraño que hubiera guardias frente a su puerta, pero no frente a la de él. ¿No tenía él más cosas que ocultar? ¿No debería necesitar más protección?
Elías tenía deberes de la nación que atender. Adeline moría de aburrimiento, así que, caminó hacia su dormitorio donde había visto una pared entera llena de estanterías de libros el día anterior.
Efectivamente, sus ojos no la engañaron. Entró en la habitación, asombrada por las estanterías que ocupaban una pared entera, desde el techo hasta el suelo. Sus labios se abrieron asombrados mientras exploraba cada parte.
—Veamos... —Adeline leyó algunos de los títulos, frunciendo el ceño en decepción.