Amelia lo corrigió:
—Mi nombre es Amelia. Puedes llamarme Mia.
La niña sonrió avergonzada:
—¿Ah? Creí que te llamaban Hermana Mayor.
Otro niño se tocó el estómago hinchado y balanceó su silla. Apuntó a Amelia y gritó con una sonrisa:
—Mujer de vientre grande, mujer de vientre grande, ¡una mujer de vientre grande que puede comer como un cerdo gordo!
Amelia frunció el ceño. Estas palabras la hicieron sentir incómoda. Le dijo al niño seriamente:
—Es de mala educación decir que otros son mujeres de vientre grande. No me gusta. Espero que no lo digas de nuevo.
Al ver la réplica de Amelia, el niño se volvió más y más entusiasta:
—¡Mujer de vientre grande, eres una mujer de vientre grande. Una mujer de vientre grande que se come todo lo que sobra. ¡Jajaja!
Los demás niños no sabían qué significaba mujer de vientre grande. Solo estaban contagiados por la risa del niño y se reían con él.
Amelia colocó el cuenco pequeño en la mesa del comedor:
—Me pondré triste si continúas así.