—¿Cómo supiste que tenía partituras en mi equipaje? —Chen Shulan lucía enferma y no imponía, pero cuando miraba con seriedad, sus ojos eran estrictos y agudos—. ¿Las tomaste tú?
La impresión que Qin Yu tenía de Chen Shulan era la de una abuela rural, por lo que no esperaba que ella tuviera tal aura.
—No lo hice.
No pudo evitar encogerse, un poco asustada.
—¿De verdad? —Chen Shulan estrechó su rostro turbio y miró fijamente a Qin Yu durante mucho tiempo—. Te aconsejo que no tengas ninguna idea sobre ellas, y más te vale no tocar las partituras.
La palidez de Qin Yu era evidente y sintió un escalofrío en la espalda.
—Abuela, ¿de qué estás hablando?
—Sabes muy bien de qué estoy hablando. —Chen Shulan tosió unas cuantas veces.
Afuera, Ning Qing sostenía una regadera. Al entrar, vio lo pálida que estaba la cara de Qin Yu como si hubiera recibido un golpe, y miró a Chen Shulan subconscientemente.