—Está bien —contestó Hercus, obedeciendo a la médica que había encontrado por suerte, para que tratara a su padre.
Hercus apretó la mano de aquella desconocida y ella lo guio, mientras corrían de modo ligero. No quería soltarla, para que ella no se fuera y lo dejara solo, como había hecho aquel médico que lo había soltado y dejado tirado en el suelo. Aunque ahora no podía pagar de forma adecuada, se esmeraría en saldar su deuda. Ya solo necesitaban regresar deprisa al pueblo antes de que su padre siguiera empeorando. En ese momento sintió un viento frío que le acarició el rostro. Era fresco y renovador, como un baño gélido. Poco a poco se fueron deteniendo.
—Ya puedes abrirlos —dijo la médica, solo segundos después de haber empezado a correr—. ¿Cuál es tu casa?
Hercus vio a su alrededor de forma curiosa. De verdad era el pueblo de Honor. Había sentido que habían regresado demasiado rápido y no se había cansado tanto, como cuando tuvo que ir a la ciudad real. Pero estaba feliz por no haberse demorado tanto. Ahora él quien la llevaba agarrada de manos hacia su vivienda. Anduvieron varios metros. Entraron a la choza sin ser avistados por nadie más y sin que los animales se percataran de su presencia. Su madre estaba dormida a un lado de la cama y la señora Rue estaba sentada en una silla, también descansando.
—Aquí es. Él es mi padre, señora —dijo Hercus, señalando al hombre que yacía enfermo y también dormido.
El señor Herodias nada más cuando estaba en el mundo de los sueños era cuando podía librarse del mal que padecía y lo que hacía sufrir desde hace varias atrás.
—Entiendo —dijo aquella mujer.
Le extraña extendió su brazo izquierdo con su palmar abierto. Sin tocar el cuerpo de Herodias recorrió la silueta del paciente. Lo examinaba de manera extraña, ya que no hacía contacto con él. Hercus la veía, embelesado y atento con lo que estaba haciendo. No sabía qué era lo que hacía un médico, por lo que estuviera haciendo debía ser lo correcto y lo indicado para saber el estado de su padre.
—¿Si puede? He bebido mucha medicina —dijo él, para informarle de lo que había estado haciendo—. Nada ha funcionado.
—El estado de tu padre es crítico —dijo la desconocida al niño. Se soltó del agarre—. Él morirá.
Aquella mujee salió de la choza, mientras que Hercus se quedó mirando a su padre. Su llanto volvió a él de manera incesable. Sus ojos se aguaron. Fue a coger el dinero que había quedado después de haberlo gastado casi todo en la comida y bebidas para su padre. Solo quedaba una moneda de hierro en mal estado. Corrió detrás de la médico que había sido la única que lo había escuchado en su tristeza. La alcanzó y se arrojó sobre los pies de ella, mientras se sostenía del vestido. Aferrarse a la túnica sin dejar ir a la médica era su manera de mantener la esperanza. Si ella se iba, su padre iba a morir.
—Por favor. Se lo ruego. Salve a mi padre —dijo Hercus con voz rota. Su mano derecha temblaba, en donde sostenía el Florín de cobre—. Por favor. Cuando sea grande la pagaré más. Yo la ayudaré en lo que necesite y trabajaré para usted.
Hercus percibió cuando ella tomó el Florín algunos segundos después. Aquella mujer vestida de blanco luego le empezó a acariciar el cabello de forma afable.
—¿Cuál es tu nombre? —preguntó la desconocida de forma tranquila.
—He… Hercus.
—Ya he sanado a tu padre. Puedes ir a verlo.
—¿De verdad?
Hercus entró a la choza y vio a su padre que estaba sentado en el borde de la cama. Su madre se despertó y la señora Rue también se levantó de la silla, asombrada por la recuperación de Herodias. Ambas le tocaron la cabeza. No estaba ni frío, ni caliente, estaba normal. No estornudaba y su color de piel también había cambiado. Antes había estado pálido, pero ese tono blanquecino había desaparecido.
—¡Papá! ¿Estás bien? —preguntó Hercus, con ternura. Luego de muchos días observando como gruñía y se retorcía de dolor, verlo así lo hacía sentir mejor y más relajado.
—Ya estoy bien, mi niño. —Su padre lo cargó en sus brazos, como acostumbra a hacer cuando estaba sano y fuerte—. Cariño. —Agarró la mano de su madre—. Ya estoy mejor. Gracias por cuidar de mí.
La señora Ligia, la joven Rue y él, lloraban de nuevo. Pero de felicidad por la recuperación de Herodias. Había sido un milagro que estuviera tan bien, cuando había estado al borde de la muerte, y ningún médico humano podría haber sido capaz de curarlo. Ninguna se lograba explicar qué había sucedido, a menos que la medicina que le habían dado había surtido efecto en él, tarde, pero lo habían sanado de la enfermadad.
Hercus estuvo un momento más con su familia. Luego abandonó la estancia y se dirigió a buscar a la médica que lo había logrado levantar de la cama, solo minutos después de haberlo atendido. Él lo sabía, ella era quien lo había sanado de su malestar. Estaba más lejos, pero la distinguió en medio de la oscuridad. Se arrojó sobre ella y la abrazó por las piernas.
—Gracias. Gracias por haber curado a mi padre. —Su llanto ahora de emoción por la recuperación que había hecho—. Yo se lo agradezco por siempre.
Hercus no pudo evitar sonreír en medio de su lamento, haciendo una combinación de felicidad con tristeza. Contempló como ella asintió.
—Solo dos años más —dijo aquella mujer vestida blanco, con su rostro oculto por las sombras—. Disfruta del tiempo con él y con tu madre.
—¿Hay… ¿Hay algo que más quiera? —preguntó Hercus, sabiendo que solo una moneda de cobre era poco para pagarle al médico—. Cuando sea grande, le daré todo lo que corresponde.
—Sí, hay algo más que puedes pagarme —respondió la médica de forma tranquila.
—¿Qué es, señora? —preguntó Hercus, con alegría por saber qué necesitaba ella. Le daría todo lo que pudiera.
—Una flor.
El sonido de las campanas resonó en la ciudad y se escuchó hasta el pueblo de Honor, que significaba el inicio de la boda del príncipe Magnánimus Grandeur y de la princesa Hileane de Vítores. Era el evento real más grande del reino, que solo era exclusivo para los nobles y la realeza adentro de la muralla, los que disfrutarían de la festividad de la unión de las dos naciones para afianzar las alianzas entre Glories del centro del Grandlia y de los países del sur.