Hercus presionó la zuela de sus botas contra la superficie de cristal azul, para arrojarse contra la bruja de agua. Blandía su espada en la diestra y defendía con su rodela en la zurda. Sus estocadas formaban una ráfaga de viento, debido a su poder. Mientras que las punzadas de Earendil Water dibujaban una cuchillada transparente con el filo más delgado, que era imposible de obtener para cualquier otro.
Hercus tensaba sus brazos para defender y atacar. Usaba más fuerza y cada parte de su cuerpo se estremecía debido a la vehemencia de los choques. Fue liberándose de las ataduras que lo contenía y con cada segundo que pasaba, su alma se enardecía más por el ánimo de la lucha. Sus pupilas oscuras se habían dilatado, para concentrarse solo en su oponente. El público desapareció ante él. Al enfrentar a la princesa Lisene Wind, había sido condescendiente. Mientras que con la señora Earendil podía moverse a libertad. Moldeó una sonrisa autntica porque su espíritu se sentía liberado. El viento frío refrescaba su piel con cada movimiento que realizaba. El reloj de arena marcaba el final de que ronda, para dar comienzo a una nueva bandera. Pero ninguno se detenía. Estuvieron intercambiando sus afrentas de por varias horas, hasta que llegó el atardecer.
Las personas se sentían cansados de solo verlos. Mas, ellos tenían la resistencia suficiente para extender su batalla por más tiempo. Cada uno se había adaptado al otro al estilo de lucha del otro. El ganador sería quien tuviera más energía para la parte final.
Hercus rodeó a Earendil desde un costado, pero la bruja de agua se defendía con destreza. Respiró hondo. Si quería obtener la victoria, debía dar todo de sí para someter a su rival. Apretó la empuñadura de su espada y el agarre del escudo. Tensó cada uno de sus músculos y arremetió con violencia contra la hechicera de azul, que no se vio obligada a retroceder por su feroz empuje. En términos de fuerza, él la superaba. Por supuesto, el don de las brujas era la magia y otros trucos que tuvieran.
Earendil se alejó dando vueltas hacia atrás y en su brazo derecho brilló el grabado que era el de un animal acuático. Hizo una estocada desde la distancia y de la punta de la pica, una gran cantidad de agua fue tomando la forma de un enorme tiburón azul que movía la aleta, desplazándose, como si estuviera nadando en el aire.
Hercus se sorprendió por tal acto mágico que la hechicera había ejecutado. Nunca antes había visto algo como eso. Por instinto se protegió con su escudo de bronce, pegándolo contra su cuerpo. Ubicó su pierna derecha detrás para mantener su soporte. Pero al recibir el golpe del animal acuático fue empujado hacia atrás y varios metros fue que pudo mantenerse firme, hasta el tiburón destruyó su defensa y le mordió el antebrazo izquierdo, incrustándole los dientes en la piel y haciendo presión contra su hueso. Era increíble lo que había hecho. En verdad no tenía ninguna oportunidad de ganarles si ellas decidieran pelear en serio. Entendía que la princesa Lisene Wind también se había contenido demasiado. Luego, una gran cantidad de agua cayó sobre el piso de cristal y esta sí humedeció la tarima. Arrojó su escudo dañado al sueño, mientras gotas de sangre volvieron a caer al suelo. Se irguió en su postura y miró a la bruja que manifestaba una sonrisa astuta. En verdad la señora Earendil era la única que lo hacía pasar malos ratos y ya lo había herido en dos ocasiones y en el mismo brazo. Entendía que, si la lucha se prologaba, ella ganaría por sus atributos mágicos. Aún consciente de que podría ser derrotado, era emocionante enfrentarse a alguien como ella. Guardó la espada en la funda de su espalda. Empezó a correr hacia Earendil, que de nuevo pensaba en usar su ataque especial. Pero esta vez hizo aparecer tres tiburones, uno detrás de otro.
Hercus observó a los animales que venían nadando en el aire. Sus ojos azules resplandecieron al haber activado su percepción lenta. Saltó hacia adelante, haciendo un giro para eludir al primero. Al segundo lo esquivó, echándose hacia el lado derecho y al último, se deslizó con sus piernas por el piso de cristal y dobló su cuerpo hacia atrás. Más, al ver por encima del hombro, aquellos animales se habían dado la vuelta de nuevo hacia él. Sin embargo, continuo su arremetida contra la hechicera del este. Estaba en su punto crítico, por lo que debía concluir su pelea lo antes posible, aunque fuera por fuerza bruta. Se encorvó hacia adelante para evitar la estocada mortal de la lanza de Earendil, pero ella con agilidad le intentó dar un rodillazo en la cara, a lo cual evitó volteándose sobre sí mismo y agachándose, con su pierna diestra estirada para derribar la pierna de apoyo de la bruja. La hizo caer al suelo y se subió encima de ella, mientras le agarraba los brazos. Mas, ella hizo que se hundieran en un charco de agua clara y él apareció debajo, mientras caían por el aire. Su espalda golpeó con rudeza el suelo. Pero no la soltó. Varias veces Earendil lo estrelló contra el piso, haciendo que cayeran de un punto más alto.
Hercus le hizo doblar uno de los brazos y por el otro la hizo colocar de espaldas a él. La aprisionó con las piernas por los mulos y con su diestra la empezó a ahorcar por el cuello. Estaba lastimado y sus energías se habían reducido. La sangre brotaba de su zurda, debido a la cortada que ella le había propinado y debido a la mordedura del tiburón de agua. Pero la hechicera intentó varias veces más liberarse al golpearlo contra la tarima de cristal. Tensó sus extremidades y solo siguió apretando el cuello de Earendil. Por un momento cerró sus ojos y toda su realidad se quedó en oscuridad. Jamás había estado así de agotado y maltratado. No supo más nada, hasta que recobró la consciencia y aflojó su agarre de Earendil. Ya no podía seguir, ella iba a ganar. Sus ojos se cristalizaron por la impotencia de no poder haber ganado el camino de su venerada reina. Había decepcionado a todo el pueblo de Honor y no había podido obtener la victoria para dedicársela a su majestad. En sus oídos había un molesto pitido que no lo dejaba escuchar nada. Las nubes grises en el cielo se veían tan hermosas. ¿El cielo siempre había sido así de inmenso? Además, había una multitud de aves rapaces y otros pájaros, posados en los muros del coliseo. Había entrenado desde niño para convertirse un guerrero, pero la magia de una bruja era demasiado abrumadora para un hombre. Quería levantarse, pero no podía mover ni un solo dedos. Hasta sus parpados era dificultoso de mover. Tenía sueño. Deseaba dormir y descansar. Pero no podía quedarse allí tirado, luego de su derrota. Intentó mover las piernas y al cabo de muchos intentos, pudo recogerlas. Afirmó sus manos en el piso y se levantó. La multitud celebraba con los brazos levantados el triunfo de la bruja de agua y cantaban algo que no podía escuchar. Se tambaleó en su posición. Avanzó algunos pasos, pero su cuerpo no respondió. Iba a caer de cara contra el piso. Cerró sus ojos, esperando el golpe, pero chocó contra algo que era más blando y maleable, como dos pequeñas y confortables almohadas que habían amortiguado su colisión, que era gélido y fresco. No sabía que el piso de cristal podía ser así de agradable y acogedor. Sintió en sus heridas un aire frío que se pegaba a su piel. Abrió sus parpados y lo que observaba era muy distinto de la superficie de cristal azul. Estaba apoyado sobre el busto de una mujer que vestía de blanco con brillo escarchado. Retrocedió, sorprendido, y su estado de sueño desapareció al instante cuando se percató de que había caído sobre el pecho de su majestad Hileane, quien había aparecido en medio de la arena. Intentó disculparse, pero las palabras se le quedaron atoradas en la garganta.
—Felicidades, Hercus de Glories, has ganado el camino de la reina —dijo la gran señora con su voz tétrica y gélida. Lo sostuvo por la mano y la alzó en señal de victoria—. Eres digno de mi elogio y de mi favor.
Hercus no había entendido bien la situación. Pensó que había perdido. Mas, resultaba que había alcanzado el triunfo. Además, sintió como su palmar se había congelado y ardía el agarre gélido de su majestad. Pero eso no importaba, el hielo de la reina era agradable y fresco.
El gentío en el coliseo de Glories no coreaba el nombre de la bruja del este, sino el suyo. Aplaudían y celebraban su victoria. Earendil Water hizo aparecer un escudo de agua que se tornó de acero, con un grabado de copo de nieve en el centro. Le hizo una reverencia y se le entregó. También le rindió respeto a la gran monarca y luego solo se fue.
Hercus sonreía de felicidad al ser exaltado por su majestad. Sin embargo, en medio de su celebración, algo inesperado ocurrió.