Los dos tronos estaban al fondo en la zona central de la arquitectura. Hercus caminó con determinación y lentitud hacia su reina. Desde la muerte de sus padres cuando era un niño, había querido conocerla y rendirle honores por haberlo ayudado. Al ir creciendo se fue dando cuenta de que eso era difícil y con facilidad pudo haberse hecho anciano sin llegar a verla o hablarle ni una sola vez. Era un campesino de marca negra que estaba en lo más bajo de la cadena social. No le sería permitido acercarse a tan magnánima señora que además de ser de la realeza, había sido bendecida por los espíritus de la naturaleza con sus grandiosos talentos. Siquiera poder mirarla directo a los ojos y dirigirle la palabra sin ser condenado a muerte, ya era como un sueño. Pero había sido elogiado y exaltado por su majestad delante de todos. Eso era algo que no tenía comparación alguna y era su mayor regalo. Encorvó su cuerpo y extendió su brazo para invitarla a bailar, tal como indicaba el protocolo de la más alta nobleza. Su gran señora agarró su mano. Entonces, su palmar se endureció al instante, como si hubiera sido congelado solo con el roce de ella, a pesar de tener puesto guantes, su magia lograba atravesar la suave tela que la cubría. Además de que el frío parecía quemarle la piel. Pasaron el centro de la sala, Se pararon frente a frente y se agarraron de la zurda, mientras su diestra estaba en la espalda del otro.
La música llenaba el salón con sus notas alegres y envolventes, creando un ambiente vibrante. Hercus y su majestad, la reina Hileane, se deslizaban por la pista de baile con gracia y elegancia, atrayendo todas las miradas hacia ellos. Con pasos seguros y armoniosos, Hercus guiaba a la reina a través de la danza, mostrando una destreza sorprendente tanto en el campo de batalla como para otras artes. Su monarca se dejaba llevar por el son, apresta en los movimientos firmes y delicados de su campeón. Los espectadores observaban con admiración y respeto, maravillados por la habilidad de Hercus para liderar con tanta habilidad Era un espectáculo digno de contemplar, un momento de belleza y majestuosidad en medio de la celebración. Mientras giraban y se movían al compás, ambos formaban una imagen impresionante, una pareja poderosa y fuerte que irradiaba confianza y determinación. Era como si en ese instante, el mundo entero se detuviera para admirar su intervención.
Los ojos de Hercus se encontraron con los de su soberana, y en ese instante, todo desapareció a su alrededor. En la luz suave de la sala, el rostro de la reina resplandecía con una belleza que lo dejaba sin aliento. Cada rasgo, cada facción y ese semblante inexpresivo eran etéreos, como la bruja que era que había sido bendecida por los espíritus. Una sensación de felicidad y plenitud lo invadió mientras danzaban juntos, como si el tiempo se hubiera detenido para permitirles disfrutar de aquel momento eternamente. Hercus se sintió cautivado por la gracia y la elegancia de su soberana, deseando fervientemente que ese instante mágico nunca llegara a su fin. Mientras observaba a su hermano con la princesa Hilianis, no pudo evitar sentir un cálido orgullo por él. Era evidente que Herick y la princesa formaban una pareja encantadora, moviéndose con gracia y armonía en el gran salón. Desde la distancia, Hercus intercambiaba miradas con complicidad silenciosa y compartiendo con ella la felicidad del momento. Antes se había sentido lejos de ella. Pero desde que le había mostrado el rostro y había desaparecido el velo que los separaba, era como si se hubieran acercado más. Así, en tanto la música llenaba el aire y los invitados celebraban con alegría, se sumergió en la dicha del momento, agradecido por la oportunidad de compartir aquellos instantes de felicidad junto a su reina y su hermano, en una celebración que nunca olvidarían. Desde ese entonces, los juegos de gloria acabaron y todos los extranjeros se prepararon retornaron a sus reinos y pueblos.
Hercus se despidió de Kenif, Hams y Liancy, que habían sido sus nuevos camaradas plebeyos en el torneo, con los que había ganado asalto a la torre. Luego, también lo hizo del príncipe Lars y de la princes Lisene Wind. Así como de la señora del este, Earendil Water, a la que le dio una de sus hombreras como obsequio. Volvió ella con tribu a las costas, donde estaba el inmenso mar con su sabor salado. Solo Herick quedó en el palacio real, siendo el huésped de la princesa Hilianis Hail.
Hercus acordó que pediría su deseo al pasar los siete días. Entonces, regresó a Honor con gran riqueza monetaria, honra y gloria, por haberse sido destacado en todo el torneo. Junto con sus demás compañeros fueron recibidos como héroes y continuaron la fiesta por cuatro días, sin dejarlo que se fuera a ningún sitio. Al quinto día trabajo el campo, mientras una nube blanca le daba sombra del ardiente sol. Al sexto fue a visitar a su amada esposa y pudo reencontrarse con ella. Abrazó a Heris con cariño y hundió su cara en el cabello de ella. Ya tenían poco tiempo para compartir, porque después de que revelara su petición a su majestad de ser su guardia, lo más posible es que no pudiera venir tan seguido con Heris. Si se convertía en el protector personal de la reina, estaría al lado de su gran señora. Además, fue recibido por los leones, cocodrilos, monos y lobos que no lo habían visto desde hace mucho. Heos, Galand y Sier habían estado consigo en el transcurso de los juegos de la gloria. Pero se unieron a la moción de la alegría por elogiar a su señor. Se divirtió y saludó a cada uno de ellos afianzando su vínculo de señor y mascota. Más tarde, Heris trató sus heridas que le había sido provocadas por la hechicera de agua. Earendil Water.
—Estoy escribiendo tus proezas —dijo Heris, mientras la señalaba los pergaminos—. Pronto te los mostraré.
Así, los dos se quedaron durmiendo en la misma cama y el día séptimo se despertaron y compartieron por la mañana. Hablaron con diversión para comenzar sus tareas. Revisaron el jardín y estuvieron cada momento, unidos, como marido y mujer, que estaban por iniciar su vida matrimonial juntos. Sin saber que era la última vez que se verían, se separaron y se dieron un abrazo de despedida, esperando el momento para verse de nuevo.
Hercus regresó al pueblo de Honor y se dedicó a trabajar, puesto que había estado ausente por una jornada. En la madrugada fue a ver su esposa, a la cual le dio un fuerte abrazo. Saludó a su leones, monos, cocodrilos, lobos y aves que lo reconocía como su señor. Iba todas las madrugadas y se regresaba hasta por la tarde, cuando estaba anocheciendo. Pero nadie le reclamaba y solo lo incitaban a seguir ausentándose de sus labores por haber triado orgullo a ellos. Además, era en esa fecha ya habían pasado los siete días y se dirigió a la ciudad real, para escoltar a su hermano. Esa vez, regresó de visitar a Heris al medio día. Le fue notificado que sus padres, Rue y Ron, habían sido solicitados por Herick, para que fueran al castillo real.
Hercus cabalgó a Galand, en tanto era seguido por Heos en la tierra y por Sier en el cielo, que volaba en silencio. Al llegar a la plaza fue animado por la gente, mientras le ofrecían regalos y obsequios. Al pasar por los muros de hielo que protegían la ciudad, fue saludado por los nobles, hombres y mujeres de Glories que lo reconocían como una figura popular en todo el continente de Grandlia. Avanzó más en dirección del hogar de su soberana. Entonces, fue cuando contempló como una multitud de personas corrían en la dirección de la ilustre residencia de su reina. Quizás querían despedir a Herick. Moldeó una sonrisa alegría y se apresuró a ir al castillo de su monarca. Pero al llegar, se encontró con una escena que heló su corazón y nubló su mente. La multitud que había corrido hacia allí no era para despedir a su hermano Herick, como había imaginado, sino que la aglomeración se debía a algo mucho más sombrío y desgarrador, que rompió cada parte de su alma en mil pedazos.