Hercus se puso de pie y le ofreció su brazo para ayudarla a levantar. Por algún motivo tenía la corazonada de que la joven alteza de Aerionis no lo rechazaría y no se equivocó, ya que le correspondió y la ayudó. Le hizo una reverencia con sumo respeto. Dio un paso hacia atrás cuando la princesa Lisene Wind realizó el gesto de entregarle ese maravilloso arco artesanal que era muy distinto a los demás. Lo recibió con gusto y a cambio le entregó uno de los cuchillos que el señor Brastol había creado. Ese anciano gruñón no se enojaría si lo obsequiaba a un miembro de la realeza y más si era una de las afamadas brujas de la profecía.
—Gracias —dijo Hercus—. Esta daga ha sido forjada por el mejor herrero de Honor.
—Gracias —contestó la princesa Lisene. La sostuvo en su mano—. Gana. —Y ella desapareció en medio de la humarada blanca.
—Habitantes de Glories, ciudadanos, nobleza y realeza de otros reinos, así como de todas las tribus del este, es un placer anunciarles que ya tenemos a los finalistas de los juegos de la gloria. Aquellos que buscaran bañarse en el honor máximo del torneo. Esta arena estaba llena de valientes. Pero solo ellos cuatro han demostrado ser superiores a los demás —dijo el pregonero a viva voz. Los demás combatientes se habían reunido en la tarima—. Los dos que buscan cortejar y bailar la princesa Hilianis Hail son: Sir Dalión, el capitán de los caballeros y Herick del pueblo de Honor. —Los espejos los mostraban, siguiendo el discurso del heraldo—. Mientras que los que han elegido el camino de su majestad para obtener un deseo de la soberana son: Eareandil Water, líder de las tribus de las costas y de marca morada. Su rival será el guerrero más sobresaliente que, incluso, ha sido elogiada por su gran señora, Hiliane Hail, Ya conocido casi por todos, pues su fama ha llegado a cada rincón habitado en Grandlia. Su nombre es Hercus de Glories.
—¡Hercus! ¡Hercus! ¡Hercus! —gritaba la gente en el coliseo. Los actos de los príncipes Lars y Lisene Wind habían hecho que más nobles. Pero había otros que se mantenían en silencio y eran los caballeros, ya que eran partidarios de Sir Dalión, y aunque no pelearan de forma directa, sí que lo haría con el hermano.
En esa noche el banquete fue más animado y divertido, debido a que ya estaban por acabar los juegos de la gloria. Herick había descansado y todos le daban alimentos para que recuperara fuerzas. Zack le hablaba sobre su pelea con Sir Dalión, para informarle sobre su rival. La princesa Lisene y el príncipe Lars Wind con su gente estaban reunidos en la mesa. El joven señor de Aerionis aún lo molestaba en sí quería desposar a su hermana, él lo volvería un noble del reino del oeste. Lo más extraño era que la princesa ni sus guardias se molestaban o trataban de contradecirlo. Aunque, solo pasaba del tema para no comprometerse en un problema mayor.
Hercus había estado inmerso en sus propios objetivos y metas. Además de que siempre estaba concentrado en su monarca, por lo que la visión de las demás personas era reducida. Aunque como gurrero debía tener los ojos abiertos y observar a detalle su entorno. En esa noche, los nobles y guardias que vestían de negro se acercaron a su puesto. En su estandarte había una media luna negra. Ellos eran del reino de Frosthaven, donde gobernaba la última bruja del continente de Grandlia, la gran señora Melania Darknees, la reina del norte, la bruja de la oscuridad. Aunque sus participantes habían estado en algunas pruebas, no habían tenido una participación sobresaliente, ni destacada. Era como si no tuvieran ningún interés en ganar los desafíos. Solo lo hacían por mera presencia en el evento. Las miradas de los demás invitados se posaron sobre ellos. No le gustaba ser el centro de atención, ya que su única motivación era la batalla y llegar hacia su reina.
El que estaba a la cabeza dijo algo. Pero Hercus no pudo entender, ni nadie de los que estaba ahí. Salvo alguien, que no era una persona.
—Es un gusto saludarte, guerreo de Glories —dijo la princesa Lisene Wind, haciendo de intérprete de los nobles de Frosthaven—. Por favor, acepta estos presentes de parte de nuestra monarca, la gran señora Melania Darkness, como muestra del reconocimiento por tus hazañas en estos juegos. —La joven alteza siguió traduciendo, después de aquel hablara.
Hercus observo como una fila de hombres y mujeres le ofrecían regalos de gran valor. ¿Qué debía hacer? No había asistido al torneo por estos tipos de premios, sino por el deseo de su majestad y de la oportunidad de conocerla y declararle las palabras de sus padres fallecidos. Estaría mal no recibirlos, ya que se tomaría contra una ofensa contra la misma soberana de Frosthaven y contra el reino más hostil frente a Glories. Se puso de pie.
—Muchas gracias por sus obsequios —dijo él, haciendo una reverencia. La princesa Lisene Wind les tradujo sus palabras.
Hercus guio a los nobles a sus aposentos y ellos colaron cada regalo en la mesa. Se despidieron en su idioma natal del norte. Pero él solo les rindió respeto, hasta que ellos se marcharon. Suspiró cansancio al ver tal cantidad de artículos. Las telas eran negras, los trajes, los perfumes, frutas y objetos brillantes. Regresó al salón del banquete. Sus ojos azules buscaron a su majestad, que mantenía la cara oculta por el velo. Al inicio del torneo ha pian estad más cerca de lo que estaba ahora. Le había dado un ramo de flores para el cortejo y la gran señora lo había elogiado de forma pública por su destacada participación en el torneo. Pero, ya no habían conversado más. Además de que no tenía la certeza de lo que había pasado en el balcón hubiera sido real o una ilusión, producto de su imaginación y de sus ganas de poder dialogar con su venerada monarca. Sin embargo, no debía enojarse por eso. Después de todo, ella era la reina de hielo, la bruja de la escarcha y él, solo un plebeyo, un campesino que se había formado en el arte de la batalla. No había forma de que pudiera ir con su majestad. Agachó la cabeza en resignación. Quería ir con ella, pero no cometería la imprudencia de faltarle el respeto a la mujer que más admiraba en este mundo.
—Hercus de Glories —dijo Lady Zelara. Él alzó su cabeza y divisó de quién se trataba. Hizo una reverencia.
—¿Sí, mi Lady? —preguntó él de forma tranquila.
—Mi gran señora, Hileane Hail, te manda a llamar…