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Chapter 4 - 1. Gianna

Noviembre 2018, Nueva York

Usé la periferia de mi vista para analizar a seis hombres reunidos en círculo. Todos impecablemente arreglados, con sus máscaras de perfección puestas. Reconocí a cinco de los seis presentes. La cabeza de una de las empresas de tecnología más grande del continente, el proveedor de armas de la Cosa Nostra, un asesino a sueldo que destacaba por su baja estatura.

Mis labios se curvaron al notar las últimas dos personas del grupo.

El senador Philip y su gran amigo, Federico. Amigo que se había vuelto muy cercano en los últimos meses.

Elevé la copa de champán a mis labios, ocultando la diversión que intentaba aflorar.

Mi mirada volvió al desconocido. Tenía el pelo rubio oscuro, su corbata verde estaba ligeramente arrugada y sus rasgos eran familiares. La marca redondeada de su bolsillo derecho hizo que mi mano hormiguease con las ganas de meterle una bala en el cráneo.

Había repasado la lista de invitados unas doscientas veces y estaba segura de que Joseph jodido Darling no estaba en ella.

—Das miedo cuando te pones modo psicópata.

Giré ligeramente hacia mi primo, mientras este se dejaba caer en el asiento contiguo al mío.

Asiento que no me pertenecía, pero que reclamé en cuanto llegué. Nadie se atrevió reprocharme nada, excepto la cita de Giovanni, que hizo un puchero. Una sola mirada en su dirección había conseguido que la rubia jocosa volviera a estar increíblemente feliz sobre todo lo que le rodeaba.

—Se le llama analizar el entorno, Giovanni. —Acaricié con sarcasmo su hombro y luego arrugué la nariz mientras enderezaba su corbata.

—Deberías aprender tú también, teniendo en cuenta que tu cita ahora mismo le está enseñando como le han quedado las tetas a Marco Santoro.

Sus ojos saltaron disparados a los míos y miré con diversión como la vena de su cuello empezó a palpitar con furia.

Era tan fácil enfadar a los hombres Lombardi que se había convertido en uno de mis hobbies. A veces cocinaba, otras jugaba con la muerte.

—¿Dónde?

—¿Dónde qué? —Mi cabeza se sacudió con falso desconcierto mientras examinaba el entorno

El chirrido provocado por el arrastre de la silla hizo que apretara los dientes mientras Giovanni me acercaba a él.

—No juegues conmigo, Gianna. Dónde.

—Oh, yo nunca jugaría contigo, cariño.

Un billete de cincuenta apareció en mi visión y lo tomé entre el índice y el dedo medio.

—Por esto. —Rodé ligeramente el billete antes de deslizarlo hacia mi escote—, puedo decirte que no han abandonado el edificio.

El gruñido de mi primo mientras volvía a su billetera hizo que mi sonrisa se ensanchara. No era un secreto que los hombres Lombardi tenían sangre caliente corriendo por sus venas. Si los enfadabas, era probable que acabaras con una o varias balas en el cuerpo, pero no si tenías algún tipo de rendición.

La mía era simple, los secretos eran muy caros y yo era la mejor en descubrirlos. Eso y que en cuanto arreglarían un matrimonio por mí, cualquiera daría su vida para conseguir el puesto de marido.

Un segundo marido.

Siete billetes alcanzaron mi línea de visión y asentí con la cabeza mientras los tomé y los puse a salvo con el demás dinero.

—Está en el baño subterráneo, el de orientación sur.

Giovanni intentó levantarse, pero le empujé la rodilla hacia abajo para impedírselo.

—Y Marco está allí —señalé a mi espalda sin mirar —, hablando con Dante. Seguramente sobre Elena, teniendo en cuenta que la mira aproximadamente cada diez segundos.

Tomé mi copa mientras veía como mi primo empezaba poco a poco a comprender la situación.

—Me has estafado setecientos dólares.

—Setecientos cincuenta, si queremos ser más exactos.

—Gianna...

La amenaza de su tono hizo que mi propia sangre Lombardi se encendiera con interés.

—¿Sí, Giovanni?

Sus ojos hicieron contacto con los míos y esperé pacientemente. Sus ojos encontraron los míos y aguardé pacientemente. No podía hacerme daño, no solo porque Dante lo mataría, sino porque no era más fuerte que yo. Pero había algo más. Debilidad. Giovanni tenía pocas debilidades, y yo, su querida prima, era una de ellas.

Sobra decir que aprovechaba cada pequeña parte de esa ventaja sobre todos los demás.

—Hay un precio que pagar si insultas a una Lombardi, cugino, tú más que nadie tendrías que saberlo.

—Eres imposible.

Tarareé en asentimiento mientras observaba mi alrededor y Giovanni se levantó.

—¿Giovanni? —No le miré mientras me levantaba y dejaba un beso sonoro en su mejilla derecha. —Jennifer está en baño sur, pero nunca dije que estuviera sola.

Y con eso seguí caminando, dejando que mi primo salga en búsqueda de su jocosa cita.

El repiqueteo constante de mis tacones de aguja llamaron la atención y sonreí en mi interior. No solía gustarme estar a la luz, llevaba toda mi vida entre las sombras y lo disfrutaba más que nada, pero era momento de aprovechar un poco la atención.

Mi hermano estaba apoyado en una pared, observando la sala mientras giraba una y otra vez un vaso entre las manos.

Me apoyé a su lado y crucé los brazos sobre el pecho sin mirarle. Nunca habíamos tenido una relación muy cercana, posiblemente por el hecho de que él era el gran hijo heredero del Capo de la mafia.

Y yo, la hija de un hombre cariñoso que sonreía entre cada palabra que decía. Cuyos ojos eran cálidos y amables y que me decía que era su princesa de la mafia y no creía que fuera un monstruo. Echaba de menos a ese hombre.

Nos seguimos ignorando durante unos segundos mientras volvía mi mirada hacia JosephDarling, que seguía conversando tranquilamente.

—¿Dónde está Elena?

—¿Qué quieres, Gianna?

Tomé el vaso de su mano y le di un trago, el sabor ahumado del whisky consiguió calmar un poco mi nerviosismo.

—Quizás simplemente quiero hablar con mi hermanito, ¿tan raro sería?

Se giró, mirándome por primera vez esta noche, pero no me gustó. Su mirada era burlona, jugando con mis palabras.

—Para empezar, soy seis años mayor que tú —tomó su vaso de vuelta —. Y tú nunca hablas conmigo, lo que haces es joder.

Asentí sin ganas. Esa era su impresión sobre mí, siempre lo había sido. No importara cuando ayuda le diera, a quien mataba, cuantas veces tomé una bala por él. Yo simplemente jodía.

—No importa —me di la vuelta para irme, pero me agarro del cuello y me dio la vuelta.

—Habla.

Sacudí su mano y me volví a apoyar en la pared. Ya no quería contarle nada.

—¿El senador que tantos problemas te está dando últimamente? —asentí en dirección del hombre —. Ese de allí es su amante, encontrarás unas trescientas horas de grabación en tu ordenador.

Observé al hombre cuya vida estaba a punto de desmoronarse. No me arrepentía, nunca lo hacía. Me importaba poco pisotear a los demás si eso significaba que los míos prosperaban, pero Dante no era de los míos, ni siquiera Giovanni lo era. Solo una persona había llevado esa etiqueta, y había muerto por mi culpa.

—Tiene la imagen pública basada en ser un padre cariñoso y un esposo de primeras. Una sola palabra y se derrumbará.

Las palabras me supieron a arena en la boca. Otro chantaje, otra posible muerte, otro político en el bolsillo. Dinero, fama, poder. Todo el poder posible.

—Vamos a bailar.

Tiré de su mano sin mirarlo, y sentí mi aliento volviendo a los pulmones cuando no opuso resistencia. Al menos había ganado esa pequeña batalla.

Empujamos varias personas hasta llegar al centro de la sala, y subí mis manos a sus hombros. Dante puso sus propias manos en mi cintura y empezamos a movernos de lado al lado.

Fijé mi mirada en sus ojos verdes, que eran iguales a la mujer que me había dado luz. Eran una copia exacta, ellos dos, con la diferencia que los rasgos de Dante eran muchos más rectos y duros. Yo no me parecía a ella, no lo merecía, había dicho Marco Lombardi en uno de esos días en los que me entrenaba durante horas.

—Tus ojos me recuerdan a mamá —susurré en un momento de debilidad.

Sus dedos se enterraron con tanta fuerza en mis caderas que dolió, pero acepté el castigo sin rechistar. Al fin y al cabo mi existencia puso fin a la suya.

—No tienes derecho a hablar sobre ella.

Asentí con la cabeza.

—No lo tengo, pero también fue mi madre.

Tiró de mí en una pirueta y luego me dejó caer sobre la espalda, atrapándome en el último momento. Cuando me levantó, no volví a mirarlo a los ojos.

Decidí cambiar completamente los planes de esta noche.

—Mira detrás de mí.

Entrelacé las manos detrás de su cuello para estar más cerca.

—Corbata verde, pelo rubio, traje azul marino.

Esperé pacientemente a que encontrara al hombre.

—Lo veo —su boca estaba demasiado cerca de mi cabeza.

—Bolsillo derecho, forma redondeada.

Le tomó casi el triple darse cuenta del detalle que yo vi en segundos. Porque a él su padre no le entrenó para observar, a mí sí.

—Agente federal —prácticamente sentí la diversión en su voz.

Di dos pasos atrás para poner distancia entre nosotros y asentí.

—JosephDarling, treinta años, encubierto seguramente.

Intenté recordar algún detalle más, pero nada vino a mi mente. Levanté los hombros y me di la vuelta, ya le había dado todo lo que tenía hoy.

—Gianna.

No me giré para mirar en su dirección, simplemente paré en medio de un paso y esperé.

Un segundo.

Dos.

Tres.

—No es el único federal que hay aquí.

La fiesta continuó bulliciosa a mi alrededor, las risas resonaron en el aire y la música nunca llegó a su fin. Pero yo estaba paralizada.

Comenzó como un pequeño temblor en mi mano izquierda, pero luego se extendió hasta la cabeza y bajó a mis pies. La ira líquida corría por mis venas, más intensa que la sangre.

Un camarero pasó a mi lado con una bandeja, y opté por el vaso de vodka sin dudar.

Después de dar un par de pasos, quizás tres, para apartarme del centro de la sala, di un sorbo a mi bebida y el escozor del vodka acentuó mi malestar. Él estaba aquí. Dante lo sabía. Dante lo había invitado.

Quizás mi hermano quisiera deshacerse de él; podría hacerlo, podría matarlo si Dante me lo pidiera. No titubearía.

Pero sabía que esa no era la razón.

Por mucho que detestara al agente federal RomanMikhailov, que era bastante, era impecable en todo lo que hacía.

Como yo.

No dudaba un segundo en matar si era para los suyos.

Como yo.

Era despiadado, pero había algo en su interior, algo que nadie más conocía.

Como yo.

Y ese era el problema. Cuando tomabas dos personas iguales y las juntabas, la cosa podía salir o muy bien o muy mal.

Nuestro caso era el segundo.

De repente sentí una mirada sobre mí, pero la ignoré, no quería verle. No quería respirar el mismo aire que él. No, tacha eso, quería que él no respirara, a secas.

Mis ojos chocaron con los suyos en cuanto levanté la mirada. Sus ojos brillaban con diversión contenida. Apreté el vaso en mi mano sin apartar la mirada. Cuando sentí la humedad en mi palma, bajé la vista.

Había roto el vaso y varios cristales se me habían clavado en la mano, ahora cubierta por líquido carmesí. De la nada todos me miraban. Parpadeé repetidas veces mientras analizaba mi mano.

Mi sangre era igual que todas, era pegajosa, roja y un poco espesa. Incluso tenía el mismo olor metálico. Entonces, mi pregunta era, ¿por qué era yo diferente a los demás?

—Vamos, Gianna.

Giovanni tiró de mi brazo hacia la salida mientras la gente seguía mirando.

—Me corté —dije, porque no tenía otra cosa que decir, no podía contarle as preguntas que hacían eco en el fondo de mi mente.

—Lo arreglaremos —asintió con la cabeza en mi dirección mientras seguimos caminando.

Así de fácil, me arreglarían, porque estaba rota, porque yo no era como ellos, porque no me merecía nada de lo que tenía. Pero lo iban a arreglar. Casi reí.

De repente me di cuenta hacia donde íbamos y paré en seco.

Él seguía allí, mirando quién sabe que, con su cara indiferente. Era su culpa, todo era su culpa.

Giovanni intentó tirar de nuevo de mí, pero avancé rápidamente hasta que la punta de mis tacones chocaron con sus zapatos de cuero caro.

Roman puso sus ojos sobre mí con aburrimiento.

—Ojalá algún día pagues por todo lo que has hecho, traidor de mierda. Espero que te torturen durante días antes de dejarte morir, y espero estar allí para presenciar cada jodido segundo.

No tuvo tiempo de responder, porque mi primo me empujó lejos de él.

—Lo siento, tío, ha bebido demasiado.

Y luego le dio la mano.

Porque él no era de los míos, solo había una persona en el mundo que había sido etiquetada así y había muerto por mi culpa.

Giovanni era un traidor.

Yo también lo era, había traicionado a mi madre al nacer, a mi padre al entrar a la mafia y a mí misma cuando decidí confiar en otra persona. Era una traidora, al fin y al cabo.

El lago de tristeza en el que parecía haber estado ahogándome durante toda la noche desapareció, dejándome con nada más que indiferencia. Así que esperé en silencio mientras mi primo reía con mi enemigo. Miré como se daban un abrazo al despedirse e incluso aguanté su mirada sobre mí mientras salíamos.

El sabor a traición me supo a lágrimas. No hablé mientras me llevaba hacia su coche, y cuando él intentó hablarme durante el viaje, lo ignoré y apoyé la cabeza en la ventana. Cerré los ojos con fuerza y me mordí la lengua.

Incluso cuando Giovanni sacó el primer cristal incrustado en mi piel, yo seguí callada, sin mostrar dolor.

—No puedes volver a hacer eso, Gianna —sus ojos verdes seguían fijos en mi mano.

¿Por qué todos tenían ojos verdes?

—Dante quiere hacer negocios a largo plazo con Roman. Él pasará mucho tiempo alrededor y si haces eso cada vez que lo veas puede que lo jodas todo.

"Y tú nunca hablas conmigo, lo que haces es joder."

—Vete.

Parpadeó con sorpresa en mi dirección.

—Vete, Giovanni, o te enterraré una bala en la cabeza, y no bromeo.

Asintió con la cabeza.

—Limpia eso y véndalo, o te quedarán unas cicatrices bastante feas.

Asentí igual que él lo hizo y esperé pacientemente a escuchar la puerta de la entrada.

No limpié la herida; en cambio, fui a la cocina y luego a mi habitación. Me senté en el suelo, delante del espejo y arrojé el cuchillo delante de mí."

Recité la información del fondo de mi mente.

—JosephDarling, treinta años, agente federal desde los veintidós.

Un nudo de frustración empezó a formarse en mi garganta, así que empujé mi vestido al lado y estudié las cicatrices de mi muslo.

Había suficientes como para poder verlas desde diez metros de distancia. Elegí una vieja, de cuando tenía unos diez años. Puse presión hasta que la cicatriz se convirtió en una herida y hablé.

—Sangre O+, un hermano, EastonDarling, una sobrina de dos años. Treinta misiones realizadas, padres muertos, vive en la misma casa de su infancia.

Cuando nada más vino a mi mente, pasé a otra cicatriz y apreté con fuerza, pero el recuerdo no fue sobre JosephDarling.

—No puedo —grité con fuerza a nadie en concreto.

Un séptimo latigazo cayó con fuerza sobre mi espalda, impulsándome al suelo y me atraganté con las lágrimas.

Varias risas sonaron a mi alrededor mientras caí sobre mi propio vómito y lloré en silencio. No podía aguantar más, estaba mareada, el mundo giraba a mi alrededor.

—Claro que puedes, principessamia, es tú o el inútil de tu progenitor, la decisión es tuya.

Alguien vitoreó a mi derecha y sentí las náuseas volviendo a subir por mi garganta. No creía en dios, pero por alguna razón decidí rezar.

"Llévame, por favor, acaba con esto."

Escuché el látigo rompiendo el aire antes de volver a mi espalda, y grité con las pocas fuerzas que me quedaban. Los nombres de todas las ciudades del mundo se volvieron aún más borrosos en mi mente.

—Venga, cara mia, recita las ciudades.

No pude.

No pude así que me quedé allí en el suelo, yaciendo sobre mi vómito y sangre, mientras otros cuarenta y tres latigazos caían sobre mi espalda.

En algún momento debí haberme desmayado, porque cuando me desperté era de día y estaba en mi habitación. Sentí la presión de una venda alrededor de mi torso e intenté levantarme, pero me di cuenta del charco de sangre que había y volví a tumbarme.

Apenas entonces me di cuenta de que Giovanni estaba en el sofá del otro lado de la habitación, viendo algo en la televisión.

—Duermes demasiado —dijo, sin ver de mi mueca de dolor.

Asentí y le eché de mi habitación con el pretexto de ducharme. Nunca se dio cuenta de mis heridas. Mientras rodé sobre la cama para limpiarme, recité todas las ciudades del mundo.

Esa noche conseguí recordarlas todas.

Parpadeé para alejar el recuerdo y noté, con los ojos vidriosos, que había apretado demasiado el cuchillo y ahora me estaba desangrando.

Mientras limpiaba ambas heridas, volví a recitar las ciudades del mundo, junto con de toda la información sobre JosephDarling. No fallé ni una sola vez.