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Chapter 5 - 2. Roman

Enero de 2019, Sicilia

Los gritos masculinos resonaron por los pasillos, seguidos de varios golpes y, finalmente, un disparo. Gemí con frustración en la almohada y esperé, observando si el silencio caía.

Me rodé hasta el final de la cama y estiré el cuello hacia un lado hasta que los huesos crujieron, luego repetí el movimiento hacia el otro lado.

Había llegado hace apenas una hora, después de un vuelo de once horas, y pensé que iba a conseguir algo de descanso antes de la acción. Claramente, me equivoqué.

El suelo de mármol estaba gélido, y los techos se alzaban imponentes, dejándome con una sensación de impotencia.

Cuando pasé el umbral del salón, apenas pude esquivar el teléfono que voló en mi dirección. Miré cómo el aparato se hacía añicos en el suelo y luego desvié mi mirada hacia Dante.

Busqué a Elena con la mirada, pero no había rastro de la mujer en la habitación, ni tampoco de sangre, así que no me preocupé demasiado.

—Buena entrada —dijo Giovanni desde el sofá y rodé los ojos.

Odiaba al tipo; era un perrito faldero que seguía a Gianna a todas partes y esperaba pacientemente las migajas de atención que ella le daba.

—La llevamos ensayando unos cuantos meses —respondí sin gracia mientras me sentaba en el sofá opuesto en el que él estaba.

Dante dio una vuelta sobre sus pies y empezó a pasear de un lado a otro mientras se pasaba las manos repetidamente por el pelo.

—¿Ahora cómo se supone que vamos a contactarnos con los chicos?

Dante giró la cabeza hacia Giovanni con tanta fuerza que me sorprendió que no se hubiera roto el cuello. Él también lo odiaba.

Pero claramente el cretino no se iba a tirar hacia atrás en la búsqueda de la mujer. Prácticamente, besaba el suelo que ella pisaba joder.

Como si fuera cosa del destino, Gianluca entró en la habitación y le entregó un móvil nuevo a su jefe. Giovanni chasqueó la punta de la lengua con molestia.

Apoyé la cabeza en el sofá y cerré los ojos, en un intento fallido de descansar la vista. Aun así, me quedé quieto durante unos segundos, maldiciendo a la maldita mujer que había decidido escaparse de su compromiso en vez de afrontarlo como la princesa de la mafia que era.

Abrí los ojos al escuchar pasos y observé cómo Elena ingresaba con cautela en la habitación. Sus pasos resonaron con fuerza debido a los tacones que llevaba y no se me escapó que me eran ligeramente familiares.

—Gianna te va a matar —informó Gianluca con media sonrisa.

La mujer estaba vestida de cabeza a los pies con ropa de la víbora Lombardi. Con una camiseta de manga larga negra apretada, unos pantalones de combate del mismo color y los tacones rojos. Incluso su pelo estaba en una coleta alta, como lo solía llevar Gianna cuando tenía trabajo que hacer. Su jodido pelo se balanceaba de la misma forma que el de Gianna lo hacía.

—¿Qué os parece? —dio una vuelta para dejarnos ver toda su vestimenta —He pensado que si me transformaba en Gianna será más fácil pensar como ella.

Mi cara se contrajo sola en una mueca y cuando Dante me disparó una mirada asesina tuve que forzarme para relajar los músculos.

—Pero no encontré su maquillaje, así que no hay labios rojos —levantó los hombros como si fuera nuestro mayor problema ahora mismo.

—¿Y funciona?

Esta vez ninguno de nosotros se esforzó para esconder las muecas de disgusto ante el comentario de Giovanni.

—No mucho.

Dante tiró de su mujer para acercarla.

—Quítate esto antes de que traigan a la víbora y tenga que defenderte, ¿quieres?

Elena hizo un puchero, sacando su labio inferior.

—Pero Gianna me ama, seguro que no le molesta.

Giovanni se tapó la cara con las manos mientras los hombros de Gianluca empezaron a temblar con diversión contenida. Si había algo que casi todos los presentes sabían, era que Gianna despreciaba a Elena desde el fondo de su alma.

Le puso la zancadilla mientras se encaminaba al baile de los novios en su propia boda por el amor de dios.

Mi teléfono vibró en el bolsillo de mis pantalones y miré el nombre de Marco Santoro brillando con fuerza en la pantalla.

—Me da que esto es para ti —le tendí el móvil a Dante y frunció el ceño con enfado mientras se llevaba el aparato a la oreja.

—Dante Lombardi.

Su cara se arrugó con disgusto ante las palabras de Marco en la otra parte de la línea.

—Estamos en ello.

Luego colgó sin más y me entregó mi teléfono, pero el tono de llamada sonó en la habitación y nos miramos entre todos, intentando ver a quién le pertenecía.

—Oh —Elena sacó el aparato del bolsillo de sus pantalones y frunció los labios con confusión —. Encontré el móvil en la habitación de Gianna, se me había olvidado.

Dante se lanzó hacia el aparato y contestó, la llamaba mientras se acercaba a nosotros.

Lo puso en la mesa que dividía los dos sofás y esperó en silencio.

—Marco, se nos escapó, viene hacia la casa, ten cuidado.

Moví mi mirada entre Dante y Gianluca, ambos tenían las cejas levantadas.

—¿Marco?

La línea se quedó en silencio durante unos segundos y luego el hombre murmuró un "mierda" antes de colgar.

Dante estiró las piernas y las cruzó sobre la mesita de café.

—Parece que no tenemos que cazar a Gianna al fin y al cabo.

Elena miró indecisa entre nosotros y luego salió de la habitación sin decir nada más.

Casi dos horas más tarde, el salón estaba lleno de los hombres de Dante mientras Elena servía cafés con una sonrisa. Su marido se limitaba a negar de forma disimulada con la cabeza cada vez que uno de sus soldados aceptaba una taza. Solo dos habían tenido la valentía de tomar un sorbo antes de abrir los ojos con sorpresa y sonreír falsamente en dirección a la mujer.

El café de Elena era el peor tipo de veneno, ni siquiera la cafetera podía salvar el destrozo que hacía.

Dante había vaciado su taza en una maceta y cuando su mujer vino a recoger la taza la elogió con una sonrisa.

Yo, por otra parte, rechacé directamente su invitación a tomar, no tenía ganas de morir ese día. Y me estaba aburriendo como la mierda.

Tenía los músculos tensos por el esfuerzo mientras los ojos se me cerraban solos por el cansancio acumulado.

Justo cuando pensé que no iba a haber acción, una bala rompió la ventana a mis espaldas. Todos nos tiramos al suelo al unísono y escuché el grito de terror de Elena.

—Solo es un rasguño, calla —ordenó Dante mientras palpaba la mesa por debajo.

Fijé mi mirada en la mujer. Tenía una pequeña herida en el pómulo, donde la bala debió haberla rozado.

Escuché varios seguros de las armas siendo quitados mientras sacaba mi propia pistola. El sonido de la cinta adhesiva siendo despegada me hace apretar la mandíbula con fuerza. Odiaba ese sonido.

Otro estruendo sonó en el aire, pero ninguna bala pareció entrar en la estancia.

—Tienes que estar jodiéndome —miré para ver qué andaba mal y tuve que tragarme una carcajada cuando vi la pistola rosa en la mano del Capo —. Jodida Gianna.

Tiró de la mano de su esposa para levantarla a la vez que todos los demás se levantaban y rodeaban a la pareja.

Luego, como un ejército bien entrenado, se expandieron por la habitación con las pistolas en el aire, apuntando a la única entrada. Y esperamos.

Cuando la puerta se abrió y cerró rápidamente, dejando ver la espalda de Gianna mientras revisaba frenéticamente su pistola, todos los restantes quitaron el seguro de sus armas.

El sonido hizo que su espalda se enderezara, tomó una respiración profunda y se giró con una sonrisa falsa.

—Ciao, amigos.

Su mirada voló rápidamente sobre los presentes en la habitación y luego cruzó los brazos sobre su pecho con desdén.

La piel de su pómulo derecho estaba rota, creando una línea de sangre que bajaba hasta sus labios y seguía abajo por su cuello y pecho. Tenía el pelo suelto, teñido de un rojo oscuro que me recordaba a todos esos vestidos que solía usar del mismo color.

—¿Esa es mi pistola? —Se había escapado de Estados Unidos para no casarse y esas eran sus primeras palabras.

—Gianna —Elena levantó sus manos con felicidad mientras intentaba dar un paso hacia adelante, pero Dante volvió a esconderla detrás de su espalda.

Claramente, fue demasiado tarde, porque el rostro de Gianna se oscureció con odio mientras inclinaba ligeramente la cabeza hacia la derecha.

Descruzó sus brazos y observé cómo apretaba con fuerza el mango de su pistola.

—¿Por qué cojones llevas mi ropa? —dio dos pasos hacia adelante.

El sonido de todos los hombres de la sala apuntando sus pistolas hizo que una sonrisa floreciera en sus labios. La maldita mujer amaba un reto y era claro que estos idiotas no lo sabían.

Bajé mi pistola lentamente, haciendo que el movimiento llamara su atención. Su sonrisa se transformó en una risa completa al darse cuenta quién era.

—¿Has venido a tu propia ejecución, Mikaelov?

—Víbora Lombardi —incliné ligeramente la cabeza en su dirección y me mostró los dientes con la amenaza escrita en su cara.

El rugido de un motor se escuchó a lo lejos y Gianna apartó su mirada de mí mientras avanzaba. Todos siguieron su cuerpo con los cañones, pero no pareció importarle una mierda mientras arrancaba la pistola de la mano de su hermano.

—Más te vale que cuando vuelva no tengas mi ropa puesta, Elena —dijo al aire mientras se giraba.

Y sin más volvió a salir, haciendo que todos relajen sus hombros y bajen sus pistolas, solo que la puerta se volvió a abrir rápidamente.

Nadie tuvo suficiente tiempo de reacción cuando la mujer disparó en mi dirección y una bala impactó con fuerza en mi hombro. Apreté la mandíbula para no dejar escapar ni un sonido mientras Gianna sonreía.

—Que os follen a todos —inclinó la cabeza como yo había hecho antes —. Y la próxima vez que te vea, esa bala llegará a tu cabeza, Roman.

Guiñó un ojo en mi dirección y volvió a salir.

Elena intentó caminar en mi dirección, pero levanté la mano para pararla y me senté en el sofá, con la pistola aún en la mano.

Todo se sumió en el silencio durante unos segundos, hasta que el chirrido de unas ruedas derrapando por la calle cortaron el aire. Seguido de tres disparos precisos.

Los soldados de Dante se tensaron, pero él los ignoró mientras caminaba hacia mi dirección.

—Si alguien se atreve a salir de esta casa hasta que ella vuelva, no será más que un cuerpo en el mar.

La sala se sumió en silencio, y esperamos.