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Chapter 6 - 3. Gianna

Para poder formar parte de la Cosa Nostra oficialmente tenías que pasar una prueba. Usualmente, te entregaban un enemigo, atado y noqueado, y lo único que tenías que hacer era apuntar y apretar el gatillo. Así de fácil.

Para poder formar parte de la Cosa Nostra cuando no nacías dentro de la organización, la prueba cambiaba ligeramente. Yo perdí la cabeza durante mi prueba.

La cabeza de la famiglia me había entrenado durante cinco años cuando decidió que me quería dentro de la organización y eligió mi prueba.

Observé al adolescente que tenía delante, era delgado como un perro callejero y su cuerpo temblaba con miedo contenido, sin saber cómo reaccionar ante mi presencia.

Cada persona tenía su rol dentro de la organización, habían contables, médicos, soldados, conductores. Todos sabían lo que yo era, y no pertenecía a ninguna de las anteriores.

El plan inicial del Capo era transformarme en una espía, se me daba bien recolectar información sin llamar la atención. Su plan cambió completamente después de mi primera prueba.

Me habían trasladado en un G-Wagon hasta una fábrica que parecía abandonada. Con los ojos vendados, para no poder memorizar el camino y unos cascos insonorizados, impidiéndome escuchar su conversación.

Cuando llegamos, me ordenó que alejara la tela de mis ojos y mientras me la desataba, su guardia me abrió la puerta.

Bajé de un salto y miré a mi alrededor. Estábamos enterrados en las profundidades de un bosque y a unos diez metros había un edificio de dos plantas en mal estado. Una fábrica, había deducido por su aspecto.

Cuando empezamos a caminar, la nieve crujió bajo mis botas de combate, y me tensé ante el ruido que me impedía escuchar alrededor.

Lo único qué sabía era que si conseguía cumplir la misión, mi padre tendría unos cuantos días más de vida asegurados. Al menos hasta que una nueva amenaza cayera sobre mis hombros, pero unos días eran unos días. No iba a fallar.

Giovanni me había dicho que durante sus misiones, tanto Dante, Gianluca y él simplemente tuvieron que apretar el gatillo y matar a alguien que estaba atado a una silla. Intenté convencerme a mí misma de que el Capo de la Cosa Nostra iba a elegir la misma suerte para mí. No había nada emocionante ni peligroso en eso, y me encantaba.

A mis catorce años, ya había saboreado la muerte varias veces y ya no me aterraba en absoluto. Me había encontrado a mí misma deseándola a veces.

Entramos en el edificio y miré por toda la planta, buscando a mi primera víctima. Segunda, si contábamos a mi madre, que había muerto tan pronto como el doctor informó que yo había nacido.

Pero estaba vacío. No parecía haber nadie más que nosotros en la planta, y el sonido del viento entrando por las ventanas rotas hizo que se me pusiera el pelo de punta.

—Bienvenida a tu primera misión, bastarda Lombardi.

Mis hombros se habían contraído con tensión. Solo me llamaba así cuando estaba enfadado conmigo.

—Esta fábrica fue usada en 1990 por los rusos —extendió los brazos, invitándome a mirar alrededor, no lo hice —. Ahora es propiedad de la Bratva, lo usan como almacén para su droga.

Mis ojos se cerraron con fuerza al entender la gravedad de las cosas. Durante el último año, la Cosa Nostra y la Bratva habían empezado una guerra para ver quién iba a trabajar con los carteles de Latinoamérica. Si alguien se enteraba de que había un solo italiano en su territorio iban a mandar un ejército.

—Encuentra su producto, guarda un kilogramo, elimina al que se acerque y encuentra el camino a casa —sus ojos bajaron para mirar su reloj —. Tienes dos horas, si no llegas en ese tiempo, te puedes disparar sola en la sien, tu progenitor estará muerto y pasará igual contigo.

Arrojó dos pistolas al suelo delante de mí, y miré las armas esperando que sean suficientes. Los hombres se dieron la vuelta y salieron con un portazo que hizo eco por todo el edificio.

Durante casi un minuto me quedé quieta, mirando las pistolas y contemplando mis posibilidades. El viaje en coche había durado cuarenta minutos, si encontraba rápidamente lo que buscaba y conseguía evitar a los hombres de la Bratva, lo lograría.

Metí ambas pistolas en la banda de mis pantalones negros, y avancé rápidamente hasta la segunda planta. Cuando me di cuenta de que estaba vacía, me paré en el umbral de la puerta y analicé la habitación.

En ese entonces no era lo suficientemente buena observando, me había pasado cinco años entrenando la memoria y todos los tipos de combates, pero no lo suficiente la vista.

Tuve que perder diez minutos dando vueltas por la habitación. Pisé con fuerza el suelo para ver si había alguna tabla suelta, palpé las paredes en busca de algo sospechoso. No encontré nada.

Hasta que escuché el motor de un coche en la distancia y todos mis sentidos se pusieron en alerta. Apenas entonces conseguí observar que el techo tenía una pequeña parte abombada. Apoye mi pie en el marco de una ventana y salté, empujando con fuerza esa parte, la cocaína empezó a caer como si fuese nieve.

El sonido del motor se estaba acercando cada vez más, y a ese mismo ruido se le añadían más y más, señal de que iba a tener muchos enemigos a los que enfrentarme.

Tomé un saco de basura que había sido desechado en el suelo mientras el techo se rompía cada vez más, dejando caer más y más polvo blanco. Habían endurecido de alguna manera la droga, haciéndola parecer parte del techo.

Llené la bolsa con lo que pensé que era un kilogramo y medio, sin querer tener menos. Le hice un nudo doble y metí rápidamente mi blusa en los pantalones antes de soltar la bolsa en la parte delantera de mi cuerpo. Parecía que tenía barriga cervecera, como el señor Lombardi.

Justo cuando hice el amago de bajar las escaleras, las puertas de los coches siendo cerradas hizo que me quedara con un pie suspendido en el aire. Estaba jodida, realmente jodida.

Durante un instante pensaba hacerme pasar por una chica que se había perdido, una vagabunda, tal vez, pero las instrucciones eran claras. Tenía que liquidar a los enemigos, no engañarlos.

Así que me escondí detrás de una pared, mirando el principio de las escaleras, con la pistola apuntando entre mis manos temblorosas.

No había matado a nadie con mis propias manos, pero era ellos o mi padre, y no iba a permitir que le pasara nada.

—¿Sabes, Enzo? —me levanté las gafas de sol dejándole ver mis ojos —Cuando tenía unos cuantos años menos que tú, tuve mi primera misión, estuve en coma dos semanas después de acabarla, fue increíble.

El chico de dieciséis años me miró temeroso, sus manos temblaban con tanta fuerza que no tenía claro que pudiera siquiera aguantar una pistola.

—La cosa es que, en vez de matar a una persona, me hicieron matar a un pequeño ejército de rusos, una misión suicida —sonreí y él pareció calmarse un poco en su silla.

—¿Cuál era su posición, señorita Gianna? —sonreí mientras le daba la espalda y observé la caja de herramientas que yacía en la mesa.

—Espía.

Toqué suavemente una pistola de clavos mientras el mocoso hacía su próxima pregunta.

—¿Y cómo pasó de espía a asesina?

Mis labios se curvaron aún más. Esa era yo, la asesina recopiladora de información. Si jodías la Cosa Nostra lo más probable era que te mandasen unos cuantos soldados y darte una ejecución rápida. Al menos que no la jodieras demasiado y además de eso tuvieras información, allí me enviaban a mí. Nadie salía vivo de mis manos, y yo nunca abandonaba un lugar sin información.

—Me dispararon nueve veces ese día, dos en los pulmones, pero pensaron que me iban a enterrar, así que no me dieron en las piernas, ¿sabes qué hice?

El chico no me contestó, aunque su postura se había relajado ligeramente y su cuerpo estaba inclinado hacia delante, tomando cualquier pequeña información que yo le daba. Pequeña rata traidora.

—Los maté a todos, uno por uno. Les corté cada una de sus extremidades y los decapité uno por uno. ¿Sabes cuál es mi apodo, piccolo topollino?

El niño tragó saliva con fuerza y las comisuras de mis labios se levantaron con diversión ante su reacción.

—No, señorita Gianna.

—Mejor.

Aparté la pistola de clavos, observando los tres martillos de diferentes formas y tamaños.

—Mi padre me quiere hacer la prueba, pero no me siento preparada aún.

Me giré con los brazos cruzados y me apoyé en la mesa, mirando a Enzo. A la mayoría de los hombres se les hacía la prueba a los trece años, él ya tenía diecisiete.

—La mía fue una prueba que no se suele hacer normalmente, estoy segura de que si le dices a tu padre que no estás preparado aún, te dará un año más.

Sus ojos se abrieron con ilusión y la esperanza brillaba en este chico como el sol de verano.

—¿En serio, señorita Lombardi?

—Seguro, ¿cuándo decías que volvía tu padre?

—Dentro de dos horas.

Aprobé con la cabeza y me di la vuelta, tomando la pistola de clavos.

—Tengo que hacerte una confesión, piccolo topollino. No estoy aquí para ver a tu padre.

Su postura se tornó rígida casi de inmediato mientras avanzaba en su dirección.

—Dime, pajarito traidor, ¿a quién en específico le has dicho esa información?

Toda la personalidad del chico se cerró en banda, echó el cuerpo hacia atrás e intentó levantarse, pero debió ver algo en mi mirada, porque se sentó sin que yo dijera una palabra.

—Hay una cosa muy interesante sobre mí que ocurrió después de mi misión. Ahora tengo una adversidad muy grande hacia los rusos, así que imagínate mi sorpresa al enterarme de que un chico italiano que no está preparado para matar a alguien decidió vender información a los rusos, Enzo.

Chasqueé la lengua como si estuviera decepcionada mientras negaba con la cabeza.

—Puedo hacer que esto dure horas y que sea muy doloroso, o puedes colaborar y acabarlo rápido, cariño, tú decides.

Su cuerpo comenzó a temblar y vi el momento exacto en el cual decidió que se lo iba a poner doloroso para sí mismo. Intentó levantarse, pero desplacé mi pie derecho y apoyé la punta entre sus piernas.

—Qué ratoncito tan asustadizo, y yo que pensaba que hacía falta valor para traicionarnos.

Mi teléfono vibró en el bolsillo dentro de mi bolso de mano y lo ignoré mientras observaba con atención a Enzo. Su frente estaba brillando por el sudor y su pecho se levantaba y bajaba cada vez con más velocidad. No me gustaban las presas fáciles.

—Hagamos un trato. Yo hago una llamada, de mientras puedes quedarte quieto o correr. Si haces lo segundo, te encontraré y te torturaré hasta que sepa incluso tu horario para ir al baño, ¿entendido?

Su manzana de Adán bajó al tragar saliva y cuando asintió con la cabeza le di dos palmadas en la cabeza.

—Buen cachorro.

Caminé hacia la salida sin mirar atrás y rodé los ojos con molestia al ver la llamada perdida de Gianluca.

Le di a llamar, me puse el teléfono entre la oreja y el hombro y saqué el paquete de cigarrillos. Gianluca contestó justo cuando la llama del zippo tocó la punta blanca de una de mis tantas adicciones.

—¿Dónde estás?

Miré a mi alrededor al vecindario en el que vivían exclusivamente soldados de la Cosa Nostra mientras inhalaba una calada de humo. Era una estupidez pensar que la voz no se hubiera corrido ya hasta llegar a mi querido hermanito.

—¿Con quién hablo?

—No es divertido, Gianna.

—¿Te parece que me estoy riendo?

—No, me parece que te estás perdiendo tu propia fiesta de compromiso.

Me mordí los labios con diversión.

—Oh, ¿eso era hoy?

Obvio que sabía cuándo era, había una razón por la cual no le confesé a Dante la traición de Enzo y el peligro de que se escapara hasta dos horas antes de la fiesta.

—Eso —acentuó la palabra con calma — es ahora mismo. Así que hazte un favor y mueve el culo aquí ahora mismo.

Me giré hacia la derecha viendo el camino por donde Enzo se escapó por la ventana en cuanto salí y me encogí de hombros.

—Me temo que tengo cosas más importantes que hacer, cugino. Adiós.

Colgué el teléfono sin esperar su respuesta y le di otra calada a mi cigarrillo. Le había dado el suficiente tiempo para que se escapara, pero necesitaba un poco más para que floreciera la esperanza. Luego lo aplastaría todo bajo la suela de mis tacones.

La puerta de la casa de enfrente se abrió lentamente y Lorenzo Rossi asomó la cabeza para mirarme.

—Buenas tardes, señorita Gianna.

Agité los dedos de la mano izquierda en su dirección.

—Hazles saber a nuestros vecinos que si alguien acoge en su casa a Enzo Ferrari voy a irrumpir dentro y matarlos a todos.

—Entendido —asintió con la cabeza y volvió a entrar en casa, a punto de cumplir con mi orden.

Sentía varias miradas sobre mí, pero no me molesté en prestarles atención mientras acababa mi cigarrillo y pisaba la colilla, aplastándola contra el suelo.

Saqué la pistola de su funda ubicada en mi muslo derecho, quité el seguro y disparé a una de las ventanas de la casa del mocoso traidor.

Las puertas se empezaron a abrir una a una, y las personas a salir, cada familia delante de su casa, dejándome saber que su lealtad estaba conmigo.

Asentí con la cabeza a Lorenzo y empecé a caminar calle abajo, esta noche iba a llenar las calles con la sangre de un traidor.