La velocidad a la que se desplazaba homelander apenas había dejado eco sobre el cielo, sobrepasando las líneas fronterizas que lo llevaron a máxima velocidad hacia Nueva York, sobre la azotea de Vought América.
El sistema de defensa aérea de los Estados Unidos no pudo hacer nada al respecto cuando lograron captar la anomalía que sobrevolaba sus cielos, hasta que una imagen satelital pudo mostrar al responsable.
Se suponía que homelander debía haber solicitado la entrada como parte del protocolo correspondiente para evitar cualquier tipo de invasión, pero, ¿Por qué lo haría? Si quería llegar a su destino, simplemente lo haría, que podía.
Homelander, uno de los Súper hombres más poderosos del planeta, caminaba con una calma desconcertante, como si el peso del mundo no fuera más que un mero susurro en su mente.
Su memoria nunca fue tan Clara, encontrar la verdad de las cosas en el lugar menos indicado. Comprender su propósito de vida nunca fue tan esclarecedor.
Su viaje hacia Japón fue la mejor decisión que había tomado en su vida, la amenaza latente de Yocaju hacia su persona y reputación aún estaba allí, pero se desdibujaba y pasaba a ser una posible convivencia entre iguales dentro de su perspectiva.
La tensión acumulada en su pecho se disipaba con cada paso firme que daba sobre el suelo frío del edificio. Todas sus obligaciones, todo lo que consideraba importante e indispensable para su vida, no era absolutamente nada con lo que se suponía que tenía que depararle Su futuro. ¿Porque necesitaba la adoración de la gente? ¿Para qué necesitar su validación?
Su mente se sentía libre de muchas cosas, muchas inseguridades, estacionamientos y restricciones con respecto a su vida y el Cómo proceder.
Solo él tenía el derecho de decidir qué hacer consigo mismo.
Sentía una extraña liberación, una claridad que nunca antes había experimentado, como si de alguna manera, algo hubiera cambiado dentro de él.
Al menos, en el fondo, debía agradecerle a yocaju lo que había hecho por él.
Homelander ahora tenía una nueva perspectiva de ver las cosas, experimentar la vida, sentía que comprendía lo que verdaderamente importaba. Él y sus caprichos, nada más.
El pasillo que conducía a la oficina de Stan Edgar parecía interminable, y a la vez, insignificante. Los empleados de Vought que se cruzaban con él apenas se atrevían a levantar la mirada, su presencia era demasiado imponente, demasiado inquietante. Demasiado aterrador.
Pero nada de esto venía al caso, nada de esto era indispensable, tenía algo que hacer, y lo haría porque podía hacerlo, había nacido con ese derecho.
Y mientras caminaba en aquel pasillo, Homelander los ignoraba, su atención centrada en lo que venía a continuación. No estaba allí para ellos. No estaba allí para nadie, excepto para sí mismo. Eso era todo lo que importaba.
Cuando llegó frente a la puerta de Edgar, no hizo pausa alguna. Simplemente empujó y entró. La habitación estaba en penumbra, apenas iluminada por el resplandor artificial de las pantallas que cubrían la pared detrás del escritorio.
En algún momento del pasado, en cualquier otro universo, homelander habría pedido permiso para siquiera tener una conversación con aquel hombre que controlaba todo.
Ahora, ¿Por qué tendría que hacerlo?
Stan Edgar levantó la vista lentamente, como si ya hubiera anticipado la llegada de Homelander. No había sorpresa en sus ojos, solo una calma imperturbable, aquella que utilizaba para imponerse sobre todos los que se atrevían a retarlo.
Sin embargo, le había sorprendido el hecho de que homelander hubiera tenido el atrevimiento de entrar a su oficina sin que este lo hubiese consultado antes. A pesar de ser inestable, homelander siempre tuvo ese respeto tácito hacia él, lo consideraba su padre.
—Bienvenido de vuelta, Homelander —dijo Edgar, con voz baja y controlada—. Japón. interesante elección. Hiciste todo un revuelo estando por allá, colaborando con el enemigo y posando como todo un fanático.
Homelander no se molestó en contestar de inmediato. Se sentó en la silla frente al escritorio, cruzando una pierna sobre la otra, sus ojos recorriendo la habitación con una indiferencia desinteresada.
Esta escena le pareció sorprendente a Edgar, pero no cuestionó su accionar.
—Necesitaba ver cómo estaban las cosas por allá —respondió al fin, una media sonrisa dibujándose en sus labios—. Cosas pendientes, Cómo puede saber. ¿Puedes creer que en realidad poseo el potencial de ser más?
Pero los desafíos actuales son insignificantes, no me pueden ayudar a mejorar.
Mientras homelander explicaba con extrema tranquilidad, la frialdad de Edgar se mantuvo intacta. Siempre lo hacía. No había nadie que pudiera perturbar su fachada de autoridad impenetrable, ni siquiera el hombre más poderoso de la Tierra.
Pero algo le decía que esta vez, la escapada de uno de sus Héroes más prometedores, y al mismo tiempo, fracasos, había salido diferente de allí.
Lo que sea que yocaju le haya dicho o hecho con él, lo cambió de alguna manera u otra.
Edgar, lentamente, entrelazó los dedos sobre la superficie del escritorio y lo observó con la misma mirada calculadora de siempre.
—Cosas pendientes... —repitió Edgar—. ¿Y eso incluía faltar a tus patrullas? Desobedecer las órdenes directas de la junta. ¿Dejar tus responsabilidades aquí, dejar que se desmoronaran mientras decidías acosar a Yocaju en Japón?.
El tono en la voz de Edgar no variaba, no había rastro de ira ni de frustración. Era una simple constatación de hechos, pero Homelander sentía el veneno sutil que se escondía detrás de esas palabras.
La única diferencia era que, ya no sentía frustración o una gran necesidad de corregir su error. Por qué ¿Por qué debe hacerlo?
A él solo le interesaba hacer lo que él consideraba que era conveniente para él y solo para él.
En respuesta, la sonrisa de homelander se ensanchó un poco más, como si la conversación le estuviera divirtiendo.
—¿Por qué te importa tanto, Stan? No tienes idea de lo que está en juego. Yocaju es un problema que necesita ser resuelto, pero pensando lo mejor, no hay necesidad de hacerlo por el momento. Yo solo estaba pensando en hacer algo, quería que Yocaju me esclareciera una nueva perspectiva de ver las cosas, Cómo alguien de mi nivel ve el mundo desde su posición. La verdad es, Stan, que he abierto los ojos.
Las palabras de homelander transmitieron una confianza jamás experimentada por el héroe de vought.
El rostro de Edgar se tensó apenas perceptiblemente. Una sombra cruzó sus ojos antes de que inclinara levemente la cabeza.
—No, Homelander, no estabas haciendo algo para resolver un problema que no puedes sobre llevar. Estabas haciendo lo que tú querías hacer, como siempre. ¿Y qué es lo que crees que lograste al ir allí sin autorización? —preguntó Edgar, levantando la ceja—. Todo esto, todo lo que construimos aquí, se hace a través de un orden establecido. No puede salir por ahí a hacer lo que te plazca, hacer eso significa perder dinero, y esta empresa no puede permitirse eso. Puede que parezca imposible, pero debo recordarte que eres reemplazable. Ya no eres indispensable.
La última palabra se deslizó en el aire como una sentencia. Homelander dejó caer su pierna al suelo, enderezándose en la silla. Por primera vez, sus ojos se tornaron fríos, de un azul helado. Había algo peligroso en su expresión, una amenaza que ya no se ocultaba bajo la fachada de cortesía.
Estas palabras de Edgar, algo en su tono no le agradó.
—¿Indispensable? —repitió Homelander, su voz cargada de una peligrosa suavidad—. Sabes, Stan, esa es una palabra interesante. Pero creo que te equivocas.
Tras decir aquellas palabras con tanta suavidad, sus ojos se iluminaron y estallaron en un haz de luz de alta intensidad.