—¿Indispensable? —repitió Homelander, su voz cargada de una peligrosa suavidad—. Sabes, Stan, esa es una palabra interesante. Pero creo que te equivocas.
Tras decir aquellas palabras con tanta suavidad, sus ojos se iluminaron y estallaron en un haz de luz de alta intensidad.
Edgar no tuvo tiempo de reaccionar, nunca tuvo la oportunidad para empezar. Los rayos se dispararon de los ojos de Homelander con una rapidez implacable, surcando el aire como una línea de luz incandescente.
Apenas un segundo pasó antes de que cortaran el cuerpo de Edgar en dos. La precisión era absoluta, la brutalidad, fría. Parte del torso de Edgar se desplomó en el piso de mármol, con los ojos aún abiertos, su expresión congelada en la incredulidad.
En sus últimos momentos de conciencia, nunca pudo procesar aquel inconveniente que le costó la vida. Homelander, el cual había sido manipulado de tal manera que lo consideraba como su padre y como alguien indispensable e irremplazable, importante para su vida, lo asesinara de una manera tan despreciable y desinteresada.
La sangre comenzó a derramarse, lenta pero imparable, la carne no se quemó lo suficiente como para que pudiese parar un derrame. La sustancia vital empezó a escurrir, empapando los documentos que cubrían la superficie del escritorio. Los papeles se manchaban de un rojo oscuro, como si fueran símbolos de un imperio que caía bajo su propio peso.
No. tal imperio no cayó. Ahora estaban siendo sostenidos, estaban en las manos de un monstruo desatado.
Homelander permaneció allí, observando la escena con una extraña calma, sus ojos aún resplandeciendo con el último vestigio del ataque. Era un espectáculo grotesco, pero para él, no era más que un paso necesario.
Edgar ya no era útil, tarde, pero en el momento indicado, un blander comprendió que Edgar no era útil para él desde hace mucho.
—Lo siento, Stan —murmuró con una voz suave, casi paternal—, pero ya no eres necesario. Nunca lo fuiste.
El caos dentro de la empresa se hizo presente, pero a pesar del escándalo y lo que representaba el asesinato del jefe de la empresa, nadie se atrevió a oponerse a homelander.
El rumor del asesinato de Stan Edgar corrió como una tormenta por los pasillos de Vought. Algunos empleados lo habían escuchado en susurros, otros lo supieron al ver cómo la seguridad del edificio se activaba en cuestión de segundos. Pero nadie tenía el valor de hablar en voz alta. Nadie quería ser el próximo en desafiar a Homelander.
Todos apreciaban sus vidas, tenían familias a las cuales volver al final del día. Pero más importante aún. ¿Quién podría escapar de homelander?
¿A dónde ir? ¿México?
Eso sería reemplazar a un monstruo por otro que era un comodín probablemente peor que el que ya conocían.
El mundo amaba a yocaju, pero también le temía. Era adorado como un dios en estos días, era un ser indiscutible, posiblemente hijo del compuesto V, uno con el mayor poder jamás registrado después de homelander.
Todos los Súper tenían tendencias de psicopatía que se desarrollaban a causa de un defecto del suero, por lo que todos tenían la teoría de que el inconveniente psiquiátrico de yocaju era su complejo de deidad.
Todo reflejado en su deseo de cargar con los inconvenientes de la humanidad. Era la única forma de explicar el Por qué ayudaba a tantas personas sin la necesidad de reclamar algo significativo a cambio.
La muerte de Edgar causó varios cambios de poder dentro de la administración de vought.
Madelyn Stillwell fue una de las primeras en llegar a la oficina de Edgar. Sus tacones resonaban en el suelo, pero cuando cruzó el umbral de la puerta, se detuvo en seco. Lo que vio la dejó sin aliento. El cuerpo de Stan Edgar, o lo que quedaba de él, yacía en su silla, cercenado a la mitad.
La sangre aún goteaba del escritorio, cayendo en un charco cada vez más grande en el suelo de mármol.
Y frente a esa grotesca escena, estaba Homelander, como si nada hubiera pasado, con una expresión de absoluta calma en su rostro.
Ella aún recordaba aquella escena Como si fuese la primera vez.
—¿Que-qué, qué has hecho? —balbuceó Madelyn, su voz apenas un susurro. Sus piernas le temblaron, cayendo de rodillas. El terror que sentía no le permitió siquiera mover un milímetro de su cuerpo, sus instintos de supervivencia no le permitía ni una mínima visión.
Homelander giró lentamente hacia ella, con una leve sonrisa.
—He hecho lo que debía hacer. Edgar ya no es necesario para esta empresa. De hecho, me doy cuenta de que nunca lo fue desde hace años. Ahora ¡yo! soy el nuevo director de Vought.
El corazón de Madelyn latía con fuerza. Sabía que desafiarlo sería un error fatal, no cuando estaba observando con su propios ojos el Cómo el monstruo que habían creado finalmente se salía de control. Apenas pudo procesar lo que acababa de escuchar, La tensión en el aire era insoportable.
—¿Qué estás diciendo? —preguntó finalmente, intentando mantener la compostura, y fallando estrepitosamente.
Homelander se acercó a ella, cada paso suyo era como un eco de autoridad. Tomó su cabello suavemente, pero sus ojos revisaban de amenaza sangrienta.
—De ahora en adelante, Vought se moverá según mis reglas. Y tú, Madelyn, harás exactamente lo que yo diga. No tendrás opción. O me obedeces. o las cosas se pondrán desagradables.
Madelyn tragó saliva, incapaz de apartar la vista del hombre que tenía delante. Sabía que no había escape. Sabía que no tenía elección.
Esta situación, acababa de pasar, lo que estaba pasando precisamente en estos momentos. Ella hubiese deseado haber muerto en lugar de Edgar.
—Entendido, Homelander —respondió con la voz temblorosa. No se ha atrevido a contradecir las palabras del monstruo que tenía frente a ella.
En tan solo unos días más tarde, Vought ya no era lo que solía ser. La muerte de Stan Edgar no solo marcaba el fin de una era de control calculado y eficiencia corporativa, sino que inauguraba una época de terror bajo el mando de Homelander. Nadie estaba a salvo. Nadie podía desafiarlo.
Desde la ventana de la oficina que alguna vez perteneció a Edgar, Homelander miraba la ciudad que se extendía bajo sus pies. El sol bañaba los edificios en oro. El poder absoluto lo rodeaba, y sabía que nadie en el mundo podía arrebatárselo.
Jamás se sintió más feliz en su vida, jamás sintió tanta libertad como ahora.
Homelander sonrió para sí mismo, satisfecho.
—Todo va a cambiar —murmuró, con un aire de peligro inminente.
Y con ello, un pensamiento le vino a la cabeza. Él debía celebrar su nuevo ascenso al poder, a un paso que el control absoluto de este país.
Contacto con la mitad del senado, dio sus demandas, necesitaba celebrar esto a lo grande, y nesecitaba que alguien en especial asistiera a esta fiesta.