Prólogo
Si hay algo que una aventura debe tener es un retoque fantástico. Una suerte de sigilo dentro del mundo real. Los enigmas y mitos que na- cen a partir de la historia y que nosotros, los que nos encargamos de narrar, les demos un toque épico. Somos curiosos por lo arcano. La intriga más oculta que existe en las personas, paisajes. Y estos pasan desapercibidos por nuestros ojos en la ciudad, que puede ser Buenos Aires, Nueva York, Lisboa, o en un precario y sutil pueblo en la pro- vincia de La Rioja en la Argentina. Así de increíble es cuando nos invocamos a ellos. Cuando cultivamos con sortilegios y ensalmos en nombre de los taumaturgos o nigromantes dentro de la literatura. Los fantasmas están dando vueltas y nosotros queremos saber de ellos. Queremos que su historia sea contada. Y aquí la leyenda de un caudillo de la Confederación Argentina es Juan Facundo Quiroga, el personaje clave de un alma que sufre. De un ser que ha sido calumnia- do por Sarmiento, y que a raíz de ello ha dado lugar a la creación del mito. Del hombre que conversaba con su caballo y cuyos consejos le brindaban la información perfecta para vencer en la batalla. Que leía las mentes, que aparecía donde no debía presentarse. Que encontra- ba circunstancias más venturosas con salvoconductos especiales de los cuales solo un hombre como él podría encontrar, y su némesis, es el enemigo mayor de todos, el señor del Hades. Dentro de todo este periplo, un grupo de personas y situaciones extrañas, mágicas por así decirlo, que se bifurcan entre realidades, ficciones y viceversa. Las analogías históricas y comparaciones mundiales. Las anécdotas y todo lo que represente al acaecimiento del viaje con los incidentes y peligros que esto representa, porque todo relato conlleva en ello la incipiente búsqueda.
Dentro de lo que configura a nuestro cosmos hay situaciones esperan- do que sucedan, eventos que debemos crear, y los que se han creado de por sí esperando ser modificados por orden nuestra. Algo ocurre en el interior de la mente de cada personaje que aguarda de antemano que lo escrito
se reescriba, ¿y apelar a la buena fortuna si es posible?, ¿y si no?, pedir el favor del azar o los dioses, o de Dios mismo. Unos están más decididos al hecho y el suceso, otros son más escépticos. La notable valentía de guerre- ros del pasado que son una realidad, y no lo son. Que hacen al nombre de soldados, de gauchos e indios. ¿Puede morir un fantasma?, se pregunta uno. ¿Un no muerto? ¿Ha de sufrir? Una vez el escritor Juan Rulfo en una entrevista dijo: Los fantasmas no tienen espacio ni tiempo. Entonces nos replanteamos el enigma El folclore de las fábulas que se cuentan en el Cuyo del país ilumina las mentes de los curiosos y nos lanzamos a ellos. A los deseos que juegan fuera de toda la razón humana y el entendimiento dentro del sistema que aplaca estos insumiéndonos en una objetividad de materialismo. Fuera de los elementos naturales del hombre, entre ellos los sentimientos, que nacen desde lo profundo del corazón. Aquí retozan las palabras sinceras del amor y la amistad. El amor ante todo contra la muer- te misma. El amor esparcido en los seres, en las almas, en los paisajes y todo otro elemento que merece el respeto de la palabra, y la amistad que se une con suma vehemencia, y se fusiona con aquel. No hay personajes más sinceros que estos, ¿no hay quien no aceptaría una tarea como esta?, sino ellos. Los que tienen un poco de imaginación para poder discernir que la realidad subjetiva puede ser al final de cuentas una irrealidad ambigua dentro de un universo heterogéneo de dimensiones múltiples. ¡Pues bien, aquí ocurre, señores!... Y quiero agradecer, ante todo, y sobre todo, de una manera sincera no solo a las personas que me alientan día a día a seguir este camino de la escritura, sino también al general Juan Facundo Quiroga. No solo por su distintivo, sino por tener una historia tan fantástica de la cual estoy orgulloso de narrar. Así sea con un mito y una novela creados desde la imaginación, ¿pues qué sería de nosotros sin ella? Sin la fantástica emo- ción de tener un papel y un lápiz y expresar desde el tono de lo grandioso, como decía Félix Luna, una historia. A él, que aún anda por los llanos, le doy las gracias , y sin olvidar a ellos. Los aventureros de siempre que se arriesgan a todo. Armando César y don José, el portugés.
DIEGO LEANDRO COUSELO