Un silencio estupefacto acogió mi pronunciamiento. Blaise parpadeó lentamente, y pude verlo luchando por entender mis palabras.
—¿Quieres... desafiar a Damon en combate ritual? —repitió Blaise con incredulidad, su voz haciéndose aguda y delgada al final. No era de extrañar, claro, puesto que básicamente había dicho lo equivalente a desafiar a la Diosa de la Luna misma.
Desde el amanecer de los tiempos, la mayoría de las manadas de hombres lobo tenían una tradición de combate ritual que a menudo terminaba en un final sangriento, a saber, la muerte del perdedor y su cabeza decapitada montada en lo alto de las estacas que decoraban las fronteras del territorio para advertir a cualquier disidente potencial.
Como tal, la mayoría de las manadas, por el bien de preservar las vidas de sus preciados compañeros de manada, habían eliminado la necesidad de la muerte —algo por lo que estaba agradecido. Si no lo hubieran hecho, estaría muerto antes incluso de llegar a Colmilloférreo.