Su aliento se volvió más pesado al verla y se endureció más al sonido de su voz, como el tintineo de una campana.
—¿Qué quieres? —preguntó la mujer con el ceño fruncido, mientras lavaba continuamente su cabello, ignorándolo casi por completo.
Sus ojos se contrajeron y ni siquiera frunció el ceño, simplemente la miró con una mirada ardiente que históricamente hacía que las mujeres se corrieran.
—Tú —dijo—. Te quiero a ti.
—Pues no estoy de humor —replicó ella escupiendo, exprimiendo su cabello con indiferencia y pasando junto a él.
—Puedo ponerte de humor —dijo él con confianza y ella frunció el ceño.
—¿Tú? —Y ese tono tan condescendiente lo puso en llamas.
—¡¿Qué, piensas que soy inferior a tus hombres?! —frunció el ceño, poniéndose un poco enfadado.
Recordó los rumores de quiénes eran sus amantes. Eran, de hecho, personas poderosas con buena apariencia, habilidades y estatus.