—¿Te divertiste? —Un brazo fuerte rodeó su estómago y la atrajo hacia él. Ella se recostó sobre él mientras sostenía sus brazos y manos, envolviéndolos alrededor de su cuerpo como él hacía.
Tenía una amplia sonrisa y se inclinó para besar sus labios. —¿Celosa?
Ella se encogió de hombros. —Un poco.
Los ojos de Cayo brillaron ante esto y premió su buena respuesta con un húmedo beso en la mejilla.
Fue entonces cuando Cayo notó algo inusual. Sus ojos estaban vidriosos, no por lujuria sino debido a un verdadero aturdimiento, como si realmente estuviera pensando en algo preocupante.
—¿Qué te pasa? —preguntó él, girándola hacia él. Cuando vio que solo lo miraba fijamente, se agachó para llevarla en brazos al sofá.
Ella lo abrazó naturalmente mientras era levantada, inhalando su natural aroma a sándalo. Se quedó sentada en su muslo mientras se acomodaban en el sofá.
Él acariciaba suavemente el costado de su muslo, pero no para seducir, sino para consolar. —Dime.