No tardó mucho en que Rhys también llegara.
Siseó entre dientes, sus caderas se estrellaban hacia adelante, duras y rápidas.
De repente, toda su sutileza se había ido y en su rostro había una concentración pura, sus cejas se fruncían, su piel brillaba con sudor y sus ojos se cerraban con fuerza mientras sus manos se movían más rápido, sus músculos se tensaban y se agrupaban mientras luchaba con su propia liberación.
Con un grito ronco, lanzó su semen sobre el algodón, sus fluidos derramándose sobre sus bragas.
Beatriz parpadeó, aquello era lo más hermoso que jamás había visto.
—¿Te gustó? —preguntó Damien.
—¿No se sintió bien deshacerse de ese dolor?
Rhys lanzó una mirada furiosa a Damien con el puño apretado, pero asintió, todavía jadeando fuerte.
—A Beatriz también le gustó. Incluso tuvo un orgasmo solo viéndote. ¿No es así, Beatriz? —añadió Damien.
Beatriz se sonrojó de vergüenza, pero respondió honestamente.
—Sí.