Sin dudarlo, pasó sus dedos sobre su clítoris, aspirando aire al hacerlo. Ya estaba tan excitada, tan hinchada, que sabía que sólo le tomaría un momento llevarse al clímax.
—Frotó sus dedos contra él una vez más, girando y girando lo más fuerte y rápido que podía, su núcleo ya empezando a contraerse.
—Damien le agarró la muñeca con su mano en el momento en que ella sintió que su orgasmo llegaba.
—No —dijo él severamente—. No se supone que acabes sin mi permiso.
Los labios de Beatriz se separaron sorprendidos. Debería estar molesta, se dio cuenta. Debería estar furiosa. Pero Dios, esa voz severa, esa orden. Esa implicación de que él tenía el control la excitó aún más.
Beatriz tembló con la necesidad de liberarse, sus pezones dolorosamente erectos, su respiración ahora superficial y jadeante.
—Mete tus dedos —dijo Damien lentamente, deliberadamente.
—Mételos completamente.
—Beatriz obedeció, incapaz de detener el pequeño gemido que escapó de ella.
—Ahora sácalos.