Ropas viejas y desgastadas casi equivalentes a harapos, mandíbula esparcida de un rastrojo tosco y duradero, rasgos faciales huesudos acentuados por el abandono, labios agrietados por el exceso de fumar... si había alguna indicación de que él era Nolan, eran las evidencias de sus habituales indulgencias.
Ahora que lo miraba, no podía evitar sentirse mal del estómago, hubo un tiempo en su vida donde estaba locamente enamorada de la excusa de hombre que ahora estaba impotente ante ella.
—Dos opciones, Stella —sus palabras la devolvieron al momento presente.
A diferencia de cuando lo notó por primera vez, su nivel de adrenalina había bajado lo suficiente como para dejarla pensar en una salida. Sin embargo, en el momento en que él mencionó esas palabras, su enfoque vaciló.
Ella bloqueó su mirada, feroz pero totalmente aterrada, con la de él, relajada y calculadora.
—Dame el dinero o te mato.