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—Oye, mírame. Solo estamos tú y yo aquí —sus palabras cortaban el caos, un salvavidas que la anclaba a la realidad—. Dime qué sucede, Stella. Vamos a resolver esto juntos.
Un destello de reconocimiento se encendió en sus ojos, y un temblor la recorrió mientras sus defensas flaqueaban. Se dejó envolver en sus brazos, sus lágrimas manchaban su camisa de vestir como un chaparrón en tierra reseca.
—Oh, Matteo, nunca pensé que llegaría a esto —confesó, su voz temblaba con un cóctel de alivio, miedo y vulnerabilidad. Mientras sus lágrimas fluían, él se agachó hasta el suelo, acogiéndola en su abrazo protector, ofreciéndole consuelo en medio de la tormenta que amenazaba con consumirla.
—Cuéntame —su voz se suavizó, incitándola a abrirse. Stella sollozó, sus emociones aún a flor de piel, y comenzó su narración vacilante.