El día llegó rápido y muy esperado, ya que Stella, a pesar de su apariencia dura, terminó sintiéndose muy perdida con Matteo ausente. Sin saberlo, se había acostumbrado a dormirse en sus brazos y a despertar con sus dulces atenciones. Y ahora que lo pensaba, la idea de mudarse con él no le parecía tan mala.
Entró a la oficina, casi flotando de emoción mientras cerraba la distancia al ascensor. Sin embargo, justo cuando las puertas estaban a punto de cerrarse, un pie calzando unos oxfords negros de cuero se colocó entre la brecha, forzando las puertas y entrando—Matteo.
Sus piernas se sentían como gelatina, derritiéndose gradualmente bajo llamas bajas que se encendían a su alrededor. Los recuerdos de los momentos en el ascensor en San Francisco de repente inundaron su mente, llenándola de un ardiente deseo de sentirlos una vez más—excepto que esta vez, la situación era diferente. Estaban en un ambiente de oficina, y corrían el riesgo de ser vistos.